Nuestro lugar de acampada era como especie de un pasillo donde de lado y lado habíamos clavado nuestras estacas para fijar la carpa al suelo sabanero. Ese pasillo era el lugar de los gritos. Podías oír a cualquiera de nosotros diciendo “¿Donde están mis medias?”…”¿Alguien ha visto mi tenedor”…estas frases y preguntas eran el pan de cada día en nuestra travesía roraimera.
El pasillo uno de Río Kukenán |
La noche anterior había sido una
de las mejores. Algo que ni el monto de dinero más grande podrá comprar es ver
el cielo negro punteado de estrellas que titilan mientras es surcado por
estrellas fugaces en el preciso momento que Livist, Barragán, Henry y yo
hablábamos de lo loco que había sido decidir irnos al Roraima acostados en las
piedras que hacían de orilla en el río.
Mi espíritu ese día estaba siendo
renovado y mi felicidad crecía con cada centímetro que me acercaba al tepuy
sagrado.
Ese día a las 5:00am en punto
llega Henry a la puerta de mi carpa a despertarme mientras Lívia y livist se
despertaban. El fin de todo esto era irnos un poco más arriba del campamento a
ver el amanecer. Subimos con cara de sueño y demacrados para sentarnos
arropados sobre unas piedras a ver la salida del sol. Se tardó un poquito en
salir pero al final nos terminó de asombrar. Salió y todos con ganas de ir a
“Pipí-tepuy” terminamos de ver como el sol arropaba nuestro campamento mientras
todos dormían.
Luego de esa carga de energía
fuimos al pasillo uno –era el primero de todos- de Río Kukenán donde estaban
nuestras carpas empezamos a recoger nuestras cosas mientras algunos sacaban sus
hornillas y alimentos para comenzar a hacer de chef como ya teníamos días
haciéndolo.
Vean mi cara de sueño |
Livist y Henry |
Mi libreta donde anoto todo junto a los tepuyes |
Y así amaneció en el Río kukenán |
En mi grupo –ya que estábamos
divididos en tres- yo era el cocinero y muchas veces me ayudaban. El menú de ese
día era bollitos con riqueza y avena con proteína. Hicimos muchísimos, alcanzó
para que nuestro batallón de ocho personas quedara full y le diéramos a Germary
e Ildemaro para que comieran con nosotros. Germary me dijo -no te preocupes
Gustavo- pero ese día ella con su sonrisa en la cara se le notaba que le
provocaban.
Terminamos de lavar nuestros
platos en el río y guardamos todo para desmontar las carpas y arrancar. Comenzó
así nuestro ascenso al campamento base, el pie del Roraima. Ese día hacía mucho
calor y no había momento que no estuviésemos cansados porque siempre era una
subida jodidísima. La vista hacia la sabana hablaba, tenía palabras que podías
escuchar. El viento decía que siguiéramos, que todo iba a salir bien mientras
que la sabana verde amarillenta nos recordaba que si de allá veníamos teníamos
que llegar, que faltaba poco. Así fue como después de cuatro horas más o menos
llegamos al campamento base.
Una chocita y un wayare |
El Río Kukenán |
Empezando a subir al campamento base |
Cada vez más cerca del Roraima |
Un poco cansado no más |
El campamento base es como un
laberinto. Tiene matas de moras que puedes comer por todos ladosy si no te
pierdes en uno de sus pasillos que llevan a los distintos lugares donde se
acampa no viviste tu aventura con propiedad. En nuestro lugar para acampar cada
uno se peleaba por el lugar donde tendría que estar su carpa ya que lo
consideraban libre de “piedras” y “nivelado”. Les tengo que decir que todo el
lugar estaba desnivelado, las carpas estaban mirando hacia abajo mientras las
piedras desnivelaban hasta ya no poder más el piso de nuestro lugar de
dormitorio. Eso no nos importó mucho cuando nos dimos cuenta de que el cielo se
empezaba a poner de un color rojizo intenso. Era el atardecer. El sol era
gigantesco, no había palabras para describirlo, con la pared del Roraima detrás
que se tapaba por las nubes a cada instante y un cielo rojo, morado, amarillo y
anaranjado al mismo tiempo, describían un momento único. En ese momento Eduardo
había ido al famoso “Cagan-tepuy” y todos desde abajo en el campamento le
gritábamos “Eduardo, esta cagada jamás se te olvidará” mientras Lívia se quedó
paralizada al mismo momento las lágrimas
que soltaba dejaban ver que era un momento especial para ella.
En ese instante, nadie hablaba,
yo tomaba fotos junto a Ces mientra los demás uno al lado de otro veía con
asombro el impresionante tamaño del sol que pocas cámaras lograron captar.
El atardecer que nos cambió a todos |
Después que el sol se ocultó yo
busqué mi famosa libreta. Ella siempre me acompaña en mis viajes y a donde yo
vaya escribo cada cosa que pienso. Ese momento me encargué fue de preguntar
muchas cosas. Tenía dudas de cuáles eran los tepuyes que estaban en la parte
oriental del Parque Nacional. Germary fue quien me los dijo rapidísimo mientras
yo escribía. En orden de norte a sur están: Ilú, Karaurin, Tramen, Wadakapiapö, Yuruaní, Matawi o Kukenán
y el Roraima de último que es el que está más hacia el sur. Hacia el lado
occidental y desde el campamento base se veía el tepuy Chimantá que tiene forma
de hombre acostado. En ese mismo momento me contaron que se podía ver el Akopán-tepuy,
que queda en el sector occidental, desde el salto Kamá. En ese momento estaba
con todo nuestro clan pemón: nuestros guías Ildemaro y Germary acompañados de
nuestros porteadores: Neriko, Keisler, Gilberto y Jairo. A ellos les pedí que
fueran en la noche a donde estábamos todos para que nos contaran leyandas del
pueblo pemón.
Ya caída la noche Ildemaro nos reunió a todos para
darnos indicaciones de lo que haríamos el día siguiente. Ese día llegaríamos a
la cima del tepuy. Luego de eso comimos y preparamos cada quien lo que
quisiera. En nuestro grupo hicimos arepas fritas. En el grupo de Henry papas
fritas y una salsa con atún mientras que en el grupo de Miguel, César y Livist
prepararon pasta con una salsa napolitana que le echaron atún también. Ya todos
con la barriga llena y con la pared del Roraima vigilándonos siempre, llegó
Ildemaro con Germary y los porteadores a echarnos las leyendas bajo la luz de
la luna.
Acampar aquí no tiene precio |
Mi hermanita, Vanessa, preparando arepas |
Cada vez que recuerdo a Ildemaro, me acuerdo de sus
frases típicas. La primera y ganadora es la famosa: “Estoy mamao”. Esta frase
la decía cada vez que se detenía con su wayare, que según él pesaba más de 20
kilos, mientras subía. La segunda es “Estamos sobre la hora” que la exclamaba
cuando estábamos desarmando campamento o alguno se quedaba rezagado y él lo
esperaba. La tercera es la que decía cuando le preguntábamos cuánto tiempo
faltaba para llegar: “Falta poco”. Esta la decía indiferentemente si faltaba
media hora o faltaban 4 horas para llegar. La última que recuerdo es la que
decía cada vez que se paraba para continuar su camino: “Renuncio a la flojera”
que determinaba el momento en que debía seguir subiendo con su wayare a
cuestas.
En nuestras mentes quedaron grabadas esas frases
célebres de nuestro guía Ildemaro.
Esa noche mientras todos estábamos en el suelo viendo a
Ildemaro, empezó a contarnos las leyendas mientras en pemón hablaban Neriko,
Keisler, Gilberto, Jairo y Germary riéndose cada vez que Ildemaro se quedaba
pensando en cómo traducir una palabra pemona muy de su tribu a nuestro idioma.
Los cuentos comenzaron así: Nos explicó qué significaba
la palabra Canaima, que en realidad de escribe “Kanaimö” y fue adaptada para
efectos “turísticos”. Kanaimö significa “que practica la maldad”. Nos dijo que
antes en tiempos no muy lejanos las etnias pemones eran nómadas y se movían
para buscar su alimento y llegó un momento que el alimento era escaso y las
tribus empezaron a matarse entre ellos para subsistir. De esas tribus hay
muchas comunidades hoy en día que se internaron en plena selva del estado
Bolívar manteniendo aun su cultura y lengua originaria mientras que por otro
lado no permiten ser censados por el gobierno. Estas tribus se encuentran en la
Sierra de Imataca entre el Sororopán y el Akopán-tepuy. Nos habló también de
las tribus que están ahorita en el Parque Nacional Sarisariñama que son la
Sanema, Yekuana y los Mapoyos que hace poco su idioma fue declarado Patrimonio
Inmaterial de la Humanidad por la Unesco al quedar solo 12 personas que hablan
este dialecto en todo el planeta.
Nos contó sobre el Kukenán, que debe su significado
-tepuy de la muerte- porque cuando existían tribus en las cercanías de este
tepuy, las personas iban a la cima a suicidarse como sacrificio. Del Roraima
nos contó que cada vez que un “Amoko” -que significa abuelo- fallece, sus almas
van al Roraima. Del Wadakapiapö, que en español significa “árbol de la vida”,
nos contó toda la leyenda. Empezó así: Era una vez una pareja que vivía en la
sabana, donde el esposo, Wey, un día se fue de cacería y le dijo a su esposa
que lo esperara en un determinado lugar. Mientras ella lo esperaba, llega un
tigre y mata a la esposa de Wey que estaba embarazada, perdiendo Wey sus hijos
y esposa al mismo tiempo. Wey se descontrola y comienza la búsqueda de su
esposa e hijos, que él pensaba que ya habían nacido. Sobrevive días a la intemperie
desafiando espíritus. Él busca la forma de alimentarse y descubre restos de
auyama que había dejado un picure. Él sigue las huellas del animal y se
encuentra con el tepuy con forma de
árbol donde los frutos estaban en la cima. Wey no puede subir por lo alto que
era. Makunaima decidió cortar el árbol para que Wey pudiera subir y recoger los
frutos. De todo esto quedó el tepuy que hoy todos vemos con forma de dedo que,
según Ildemaro, en sus alrededores tiene plátanos silvestres.
Después de todas estas historias que me llevaron a
volar por la inmensa sabana y a imaginarme muchísimas cosas, Ildemaro nos dijo
que teníamos que descansar porque el día siguiente sería uno de los más
difíciles de todo el recorrido. Decidí irme a dormir agradeciendo a la vida, a
estar vivo y recordándome a mí mismo que era una locura todo lo que estaba
viviendo, que era algo increíble todo lo bueno que me estaba pasando. Pensando
todo eso por fin me quedé dormido, con unas piedras que me tullían la espalda
pero que no me importaba porque al fin y al cabo estaba allí, en la base del
Roraima.
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1 comentario:
La única pregunta que tengo es: ¿Cómo me pego a Uds.? Jaja.
Viajar así es lo mejor del mundo. Las 2 veces que fui a Gran Sabana, me enamoré de ella perdidamente. Lo malo era que no la conocí a plenitud, pues estaba atado al plan turístico.
Lo mejor es viajar así, que sea una experiencia más orgánica en contacto con la naturaleza y no tan comercial.
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