Era
temprano en la mañana de un día de diciembre. Yo ya tenía en mis manos una guía
de viajes muy completa sobre el país al que me dirigía. No iba solo, en Corea del Sur fui recibido por Kyung A, una amiga surcoreana que conocí en Canadá. Ella vivía
a una hora en metro del centro de Seúl, la capital de este país asiático. Yo
estaba muy ansioso, no podía contener mi emoción. Mi pasaporte con el escudo
venezolano en mi mano, la ficha de vacunación contra la fiebre amarilla que
sobresalía de mi documento y el pasaje impreso doblado, me recordaban que estaba
cerca de emprender una nueva aventura. Ya todo estaba listo. El vuelo saldría a
eso de las 9 de la mañana. Yo veía por la ventana del auto del papá de Kyung A,
mientras su hermana Kyung Ju, quien nos acompañaría se sentó de copiloto
hablándole a su papá un idioma totalmente desconocido para mí. Todo el camino
hacia el aeropuerto pensé en lo increíble que se me estaba haciendo todo.
Acababa de cumplir 18 años y ya estaba siendo parte de una aventura que jamás
pensé que viviría a tan temprana edad.
Al
llegar al Aeropuerto de Incheon - el más importante de Corea del Sur y desde donde
parten la mayoría de vuelos internacionales - tomé mi mochila, una pequeñita.
Aun no tenía mi preciada mochila grande, la que siempre había ansiado, la que
me ayudaría a cumplir mi sueño de llevar conmigo una carpa, mi bolsa de dormir,
una cocinita portátil, la que me permitiría llevar una parte de mi dentro.
Llegamos
al counter de Vietnam Airlines, nuestro vuelo saldría para hacer escala en la
ciudad de Ho Chi Minh en Vietnam y luego seguir hasta la gran metrópoli del sudeste
asiático, a Kuala Lumpur, esa ciudad que confunde lo antiguo con lo moderno, la
ciudad de la mezcla de culturas asiáticas, esa ciudad que me esperaba para que
viera por primera vez a la verdadera Asia.
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Esperando en Incheon mi nueva aventura |
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¡De la nieve al trópico! |
El
vuelo hasta Vietnam duró cinco horas, entre dormir y comer y volver a repetir
lo mismo muchas veces. Al bajar ya sentía el calor del trópico. Venía del frío
invierno de -22 grados centígrados que hacía en Seúl el día que partí para
empezar a sentir los 30 grados de un calor que empezaba a agobiarme.
Recuerdo
haber visto a Ho Chi Minh desde el avión cuando esperaba por aterrizar. Solo
veía motocicletas por todos lados, en cada calle y avenida cientos de
motorizados esperaban a que el semáforo cambiara de color para seguir en su
ajetreada rutina.
Al
bajar en la ciudad conocida por ser la capital mundial de las motos, mostré mi
pasaporte a la policía vietnamita para que corroboraran que la visa que solicité
meses antes en la embajada de Vietnam en Caracas, estuviera en orden. Serían
dos horas esperando para abordar el nuevo avión. Mi espera estuvo cargada de
curiosidad por ese país en el que estaría haciendo transferencia solo por tan
poco tiempo. Me acerqué a una tiendita que estaba llena de arriba a abajo de muchísimos
tipos de té y unos sombreros que son típicos en Vietnam con forma de cono más
ancho que largo, que utilizan las personas en el campo mientras cultivan.
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Bajando en Ho Chi Minh |
Compré
algo de té verde para cambiar unos dólares porque quería quedarme de recuerdo con unos dong, la
moneda de Vietnam, mientras por el parlante del aeropuerto llamaban para que embarcáramos
el avión que me llevaría a Kuala Lumpur, la capital cultural asiática, donde
muchas culturas se mezclan para hacer una ciudad llena de muchos colores y
sabores.
Abordamos
el vuelo mientras yo reclinaba mi asiento para seguir durmiendo. No suelo
dormir mucho en los vuelos porque me aburro, si no estoy viendo alguna
película, estoy hablando con quien tengo al lado. En este vuelo me tocó dormir.
No quería ver más películas de las que tenía esa aerolínea y la señora que tuve
al lado todo el vuelo solo hablaba chino. Decidí dormir y solo pensar en lo
sorprendente que sería llegar a mi destino.
Al
estar llegando solo podía ver por mi ventanilla que estaba cayendo la tarde
sobre bosques muy verdes mientras, a lo lejos, se veía una selva de concreto en
la que podía avistar un par de rascacielos que mientras el avión aterrizaba se
iban alumbrando de un blanco brillante. Fue la primera vez que ví a esas dos
torres, gemelas, las más altas del mundo de este tipo, estaba viendo las Torres
Petronas, una de las maravillas en la arquitectura moderna. Fue el momento en
que me creí que de verdad estaba llegando.
Al
bajar en el aeropuerto recuerdo la larga fila de personas esperando sellar su pasaporte. Yo tuve que hacer otra
fila para recibir una etiqueta de aprobación del cartón internacional de
vacunación por ser residente de un país tropical. Esperé unos minutos con mi esquema
de vacunación contra la fiebre amarilla, una enfermedad transmitida por
mosquitos, en mis manos hasta que me la aceptaron y sellaron.
Al
tener mi pasaporte sellado y con la etiqueta de aprobación del centro nacional
de sanidad, tomé mi mochila de la correa y caminé por uno de los aeropuertos
más grandes en los que he estado. Lo que me pareció muy diferente en este era
su vegetación. ¡Sí! Entre los pasillos hay grandes lobbys con árboles inmensos
separados del aeropuerto por vidrios inmensos.
Caminamos
hasta la estación de tren de KTM, la empresa que maneja todo el sistema de subs
y trenes de Kuala Lumpur. El ticket hacia el centro de la capital costó 35,00
RM, unos 9$, por persona. Me pareció caro, pero había que pagarlo, no había de
otra.
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Esperando el tren hacia el centro de KL |
Nuestro
hostal ya estaba reservado. Yo estaba muy pero muy emocionado porque sería la
primera vez, sí, la primera vez que me quedaría en un hostal. No podía creerlo.
Siempre había pensado que sería extraño compartir una habitación con otros
viajeros, que eso de dejar mis cosas en el mismo lugar que otros podría ser
peligroso porque me ponía a pensar que me meterían algo de droga o me robarían
algo. Pero luego de eso me respondí a mi mismo “no seas gafo, quién va a querer
robar algo de una mochila de alguien que de seguro tiene mucha ropa sucia”.
También me respondía diciendo “pero es que los demás también piensan lo mismo,
seguro tienen miedo de que los demás también le vayan a hacer algo a sus
pertenencias”. Luego de pensar y pensar en mi camino al centro de Kuala Lumpur,
me quedé tranquilo gracias a mis propias respuestas y vaya que sí estaba en lo
correcto.
Hicimos
transferencia del tren que conecta al aeropuerto con el centro para hacer un
transbordo hacia la línea que une la estación principal de trenes con la
estación Pasar Seni, la más cercana a nuestro hostal y a una cuadra del Mercado
Central.
Al
bajar de la estación ya eran eso de las 10 de la noche. Las calles se dejaban
mostrar un poco sucias pero con gente aun caminando, preguntamos varia veces
por la calle de nuestro hostal hasta que llegamos.
Vimos
desde lejos un letrero que indicaba que allí era, habíamos llegado. Al subir al
hostal Reggue House que queda en un segundo piso, sobre un bar, pude percibir
el ambiente de ese lugar. Era una mezcla de buenas vibras que me hicieron
sentir feliz. No sé si fue por ver muchos mapas pegados a las paredes, o
simplemente por apreciar los posters con cientos de destinos en Malasia en los
que me imaginaba o simplemente por ver hacia donde está el comedor y ver
sonreír a los demás viajeros que allí estaban.
Al
chequearnos y dejar nuestro equipaje en la habitación con varias literas y
camas desarregladas decidimos visitar el bar del hostal en el que teníamos un
cupón de descuento para un trago. Decidí verlo como motivo de celebración por
haber llegado a la capital de Malasia, esa ciudad que se mostraba llena de
cosas por descubrir, de templos por contemplar, de personas por conocer y de
comidas para probar. Ya estaba aquí y se me hacía imposible no querer levantarme
temprano al día siguiente y descubrir tantas cosas de las que me habían
hablado.
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Las paredes del bar del hostal |
Mi mapa lo indica: estoy en Kuala Lumpur. Al
despertar al siguiente día tomé rápidamente dos rebanadas de pan y las unté con
mantequilla de maní con nutella, era lo mejor de todo en el hostal. Me di un baño
y me vestí para recorrer la ciudad con Kyung A y Kyung Ju, dos surcoreanas que
estaban ya sofocadas por el calor agobiante del trópico y la humedad de la
época de diciembre y enero que caracteriza a esta parte de Asia.
Al
salir pudimos ver las artesanías en el Mercado Central, todo lleno de banderas
malayas, indicando que son una población muy nacionalista. En las afueras del
mercado pude ver como en este país las culturas conviven unas con otras,
malayos con chinos, hindúes con malayos, malayos con tailandeses y entre ellos,
todos juntos, comparten una cultura mezclada pero no revuelta.
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El Mercado más antiguo de KL |
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¿Qué estaría diciendo este señor? |
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Malasia por todos lados |
Desde
el Mercado Central, luego de ver cómo los malayos venden de todo en las calles. Lueg fuimos a uno de los distritos con mayor interés turístico, a Little India, la
pequeña India dentro de Malasia. Es un lugar lleno de hindúes por todos lados,
si te adentras más al barrio, empezarás a sentir el olor a curry y especias, oirás
mantras y también personas hablando otro idioma distinto al malayo e inglés que son idiomas
oficiales en Malasia.
En
este distrito comí un plato hindú por 17 RM (unos 4,5 $ aprox) y fue la primera
vez que comí un plato de este tipo con las manos. Les explico algo, en La India
existe la tradición de comer con la mano porque los hindúes consideran que la
comida es algo sagrado y que por ello se deben utilizar todos los sentidos, incluyendo
el tacto. También consideran que el uso de la mano izquierda es vulgar y poco
educado (por ser la que se utiliza al lavarse luego de defecar), por eso lo
correcto y más educado al estar mezclándote entre la cultura de La India es que
uses tu mano derecha para comer.
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Un colorido templo hindú |
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¡A usar la mano! |
Al
caminar por el centro de la ciudad pude ver templos budistas, mezquitas
islámicas como Masjid Negara, la Mezquita Nacional, donde hay un lugar de
oración inmenso, con salones y áreas comunes cerradas para turistas no
musulmanes y otras abiertas para que uno pueda ver como este país tiene a la
religión islámica como su principal creencia y donde ves tal arraigo por sus
normas que te hacen colocar una túnica larga, hasta los tobillos llamada
Suriyah, a los hombres, mientras que a las mujeres no solo le piden usar la
túnica sino que también como requisito para poder ascender las escaleras que
dan hacia el templo principal, le piden que utilice un Hijab que es una especie
de velo que no cubre el rostro.
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¡Masjid Negara! |
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Con mi Suriyah puesta me sentía parte del Islam |
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Parte de la mezquita me hacía sentir en el medio oriente |
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Las mujeres, además del Suriyah, utilizan un Hijab |
Luego
de recorrer este templo por un rato y sentir el fervor de este pueblo por Ala,
ver sus reverencias y sus lecturas muy largas del Corán, seguimos recorriendo
la capital malaya que muchas veces me recordaba a Caracas, por sus paredes con grafitis,
parques muy verdes en medio de la ciudad y un río contaminado que atraviesa toda
la metrópoli.
Volvimos
a entrar al RapidKL, el sistema de transporte que conecta la ciudad de Kuala
Lumpur mediante trenes con vagones pequeños que te van mostrando la ciudad poco
a poco, ya que son muy pocas las partes en que se vuelve subterráneo. El ticket
tiene un costo por viaje dependiendo de lo lejos del destino al que vayas. Los
precios varían entre 1,50 a 4,50 RM por ticket (Es decir, entre 0,50 a 1,25 $).
Fuimos desde la Mezquita que está en la estación Kuala Lumpur hasta la estación
Bukit Nanas, la cual te lleva a la entrada de la KL tower.
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Mi recuerdo de Caracas en Asia fue en este lugar |
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De nuevo a usar el KTM |
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El metro y las Petronas |
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¿A dónde quisieras ir estando allí? |
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La gran ciudad del sudeste asiático |
La
KL tower es uno de los edificios más prominentes y famosos de la capital malaya
y del país entero. Es una torre de comunicación que es la séptima más alta de
este tipo en el mundo y desde donde se puede ver una vista impresionante de
Kuala Lumpur entera. Con sus 421 metros, y su último piso con una vita de 360°,
considero que es el mejor lugar para apreciar las imponentes Torres Petronas,
las torres gemelas más altas del mundo.
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Un distrito muy costoso en plena capital malaya |
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El arte en Bukit Bintang |
Les
confieso que en este día no gasté mucho en comida -solo el plato de comida
hindú hasta la noche- porque llevé muchos snacks que había comprado en Corea y
con eso aguanté el hambre. Ya pasada las 10pm fuimos directo a una calle muy
famosa en el mismo distrito de Bukit Bintang llamada Jalan Alor, donde hay
muchísimos localcitos de comida rápida y restaurantes que sirven platos
suculentos.
Muchos
vendedores te ofrecen su menú desesperadamente, al final tú eres quien decide
dónde comer. Nos sentamos en el lugar donde los platos se veían más ricos y
generosos. Yo escogí comer pescado que venía con una salsita un poco amarga que
hacen con muchas especias que según le entendí al señor que nos atendió, las
traen de Sri Lanka, una isla que es país que queda al este de la India. El
plato fue la gloria, yo me sentía feliz. Era mi primer día en el sudeste
asiático y ya había hecho muchísimas cosas, había visto la ciudad de Kuala
Lumpur, la metrópoli intercultural de Asia, que esconde muchos misterios y
distintas culturas, una ciudad que se mostró imponente.
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Aquí viene la mejor parte: ¡la comida! |
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Mi pequeño pescado |
Si
quedaron con ganas de saber cómo fue mi segundo día en Malasia espero que estén
atentos a mi próxima publicación, vienen más templos misteriosos e historias de culturas únicas.
1 comentario:
Hola me encanto tu post me será de mucha utilidad tus tips ahora en mi viaje, tengo pensado rentar un auto me podrías recomendar alguna agencia de renta de autos así de buena como maxirent http://www.maxirent.com.mx/tarifas.php?Autos para rentar una auto .
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