31 enero, 2015

Dia 3: ¡Estamos en La Gran Sabana!

   En Saro Wapo, estábamos esperando a los que faltaban. Venían desde Valencia en la camioneta de José Luis, papá de Génesis. Los afortunados de agarrar esa cola fueron Henry, Mariangel, José Roberto y Lívia que había llegado de Brasil dos días antes. Decidimos dividirnos en dos grupos, unos irían en la mañana a conocer lo que quisiesen de la Gran Sabana y otros que harían lo mismo pero en la tarde. Yo salí en el grupo de la mañana, después de desayunar cereal con leche, avena y chocolate. Lo bueno de despertarse temprano es que oyes la calma, ya toda la gente que hizo desastre en la noche está dormida y los equipos de sonidos apagados. Es la hora para reflexionar.

   Resulta que frente al campamento hay una lomita que si la subes ves el Kukenán y el Roraima al fondo, nos fuimos para allá. Tienes que cruzar el río por la parte de abajo del campamento, por arriba nunca fui pero una chama me dijo que tenías que cruzar casi que nadando. Cuando cruces el río tienes que hacerlo, si puedes, en medias. Así no te resbalas. Ya cuando lo cruzas hay un sendero que te lleva hasta arriba, es agotador si vas rapidísimo. Queríamos ver el amanecer, por eso lo subimos sin parar. Yo subí descalzo hasta la mitad del camino. Hay tantas piedras que me arrepentí. Me puse mis botas de nuevo y finalmente llegamos, vimos el amanecer, hacia el este, donde están los dos majestuosos tepuyes: Matawi (o Kukenán) y Roraima tepuy.








 
   Ves la sabana enterita. Lo que provoca es volar, ver la sabana desde el cielo, ver esos tepuyes sobre las nubes y sentirte libre. Estuvimos allí un rato y luego bajamos, fuimos de vuelta al campamento para buscar a los que irían con nosotros a recorrer la sabana. Hicimos unos bolsos pequeños con comida, protector solar y agua y arrancamos. Nuestro destino en mente era ir hasta el Río Arapán que es muy conocido como “Quebrada Pacheco” que tiene unos pozos de color azul turquesa que caen como cascada. Caminamos y caminamos, sentíamos que ya habían pasado los siete kilómetros que nos tocaba caminar hasta el salto, nos detuvimos a descansar en unas piedras que hacían como especie de un cañón. Habían pasado cinco minutos y llegan dos tipos en una moto hasta donde estábamos. Uno se baja y pregunta por mi y me acerco a donde estaba él hablando con los demás. Resulta ser que era Ildemaro, nuestro guía. Tanto tiempo hablando y cuadrando todo por teléfono y al fin lo veíamos. Nos dijo que nos preparáramos porque los jeep que nos llevarían hasta el pueblo de Paraitepuy de Roraima nos estarían esperando en Saro Wapo a las 7 de la mañana. Paraitepuy es una comunidad indígena que se encuentra a 25 Km aproximadamente de San Francisco de Yuruaní, desde allí es que empieza la excursión como tal hacia el Roraima, donde cada persona se debe notificar en la oficina de Inparques y empezar a caminar. Bueno en fin, nos dijo que nos quería dar unas indicaciones y que estuviésemos listos bien temprano. Seguimos nuestro camino.




 
   Llevábamos casi dos horas caminando y vemos un letrero que dice “Sector La Piscina”. Yo me acordé de un video de la Gran Sabana que había visto y aparecía ese lugar, un pozo de aguas cristalinas en donde cae una cascada de cinco metros aproximadamente. Caminamos y llegamos después de media hora bajo la chapa de sol. Había más gente que pozo, no cabía un alma. Quería llegar y ver ese lugar sin nadie, solo para nosotros pero caí en cuenta que estábamos en plena temporada alta. Estuvimos allí un rato descansando y nos decidimos ir por un sendero hasta Arapán y no por la carretera, la Troncal 10. 




   Caminamos 25 minutos y llegamos a una loma desde donde se veía la imponente cascada que caía sobre unas piedras de color rojizo y formaba un río casi seco. Bajamos hasta el río y lo cruzamos justo antes de que caiga el salto y subimos hasta una poza azul de color azul turquesa. Nos bañamos y yo no quería estar ni un segundo más perdiéndome de la cascada. Les dije a todos que teníamos que bajar a verla pero pocos fueron conmigo. Bajé pensando que todos me seguirían, pero muchos se quedaron. Solo Chiche, Eduardo y yo bajamos pensando que detrás venían los demás, pero no fue así. Es imponente ver una cascada desde abajo, así sea de cinco metros. Esta es de veinticinco. Mientras estoy en eso de tomar fotos, veo que Chiche se está metiendo por detrás de la cascada. ¡Se podía hacer! Me quite la ropa y me fui. No tenía medias, me podía resbalar en cualquier momento. Llegué y me metí bajo esa chorrera que tiene una fuerza inmensa. Pusimos la espalda y las piernas para que el agua nos diera masajes. Fue lo que me repotenció para seguir caminando de vuelta. No me arrepentí de haber bajado, ese es el truco para conocer, ser curioso y sin pensarlo dos veces, hacer las cosas.




                         



   Subimos a donde está el campamento en Arapán y estaban los demás, habían ido a preguntar por los platos de comida y terminaron comprando helados. Ya eran las 12 del mediodía y el otro grupo estaría esperando por nosotros para ellos salir. Se nos había hecho tardísimo. Agarramos por la Troncal 10 y nos fuimos derechito vía a Saro Wapo, intentamos pedir cola a cuanto transporte se nos atravesara. Nadie se detuvo. Bajo el sol inclemente que no daba tregua, seguimos el camino, lo que hacíamos era sudar, voltear a la izquierda y ver  el Yuruani y el Wadakapiapö a lo lejos, junto al Kukenán y Roraima más hacia el sureste. Era la cadena oriental de tepuyes. Seguimos y seguimos, podíamos sentir el calor del asfalto que traspasaba nuestras ya gastadas suelas. Pasó hora y media y por fin llegamos, cruzamos a la derecha luego del río Saro Wapo y logré conseguir una cola con Génesis que nos llevara a los pocos que nos quedamos atrás hasta el campamento. Estábamos muertos. Solo queríamos agua. Ver el restaurant en el campamento que no sabíamos que existía fue ver como un oasis en un desierto, compramos agua y nos sentamos a ver cómo nos había quemado el sol. En la mesa del restaurant estaba un guardaparques a quien no parábamos de llamarle la atención. Él nos empezó a hablar, nos preguntó asombrado si de verdad habíamos caminado hasta Quebrada Pacheco, nos dijo que muy pocas personas hacen eso, la mayoría de los turistas van en carro de campamento en campamento pero nosotros lo habíamos hecho a pie, a un lado de la carretera. Qué locura.



   Raúl, el guardaparques que estaba de guardia en Saro Wapo, nos contó varías historias. Él trabaja en Mapauri, es una comunidad cercana a la Quebrada del Jaspe. Nos contó indignado como fue el robo de la piedra sagrada de Jaspe. Un día de finales del año de 1999, un alemán que había solicitado permisos para hacer estudios en el sector oriental de la Gran Sabana a cambio de reforestar la zona cercana a la Quebrada del Jaspe, llegó a Caracas y se trasladó hasta el Parque Nacional. Un día la etnia pemón se dió cuenta que el supuesto investigador estaba usando tractores en las áreas cercanas a la quebrada. Resulta ser que el señor pudo extraer de forma ilegal la piedra sagrada de la etnia pemón, conocida como “Kueka”, de treinta toneladas. Por cada lugar donde pasa la “Kueka” deja devastación. Así nos dijo Raúl, refiriéndose que fue pocos días antes de la tragedia de Vargas, por lo que suponen que la piedra salió a Alemania por el puerto de la Guaira. Esa piedra se encuentra en un museo al aire libre en Berlín. Ya es hora de que el gobierno nacional tome acciones al respecto, para algo está creado el Ministerio del Poder Popular para los Pueblos Indígenas. La Kueka debe ser entregada a la etnia pemón, esa piedra salió de forma ilegal de nuestro país, quien sabe apoyada esa salida por quien.

   Indignados por lo que habíamos escuchado, le dijimos a Raúl que deben hacer algo, tomar acciones legales. Asintió con la cabeza, indignado. Otra cosa que nos dijo es que se puede llegar hasta el sector occidental del parque nacional desde el sector oriental, saliendo desde Kavanayén. Son ocho días entre senderos y curiaras, hasta llegar a Kamarata y de allí al pueblo de Canaima en el embarcadero del salto Ucaima. Un viaje que desde ya tengo pendiente.

   Ya se nos estaba haciendo tarde y le dijimos a Raúl que nos teníamos que ir a ver a los demás. Yo no quería. Quería seguir escuchando las historias de Raúl y sus experiencias como guía. Una de las cosas que me llenan de verdad cuando viajo, es hablar con las personas, no importa quien sea. De esa persona vas a aprender muchísimo, va a saber historias que tú ni te imaginabas que existían y te podrán ayudar. Vas a aprender de la vida, a creer en ti.

   Nos fuimos al campamento a esperar que llegaran los que faltaban: Henry, José Luis, el papá de Genesis, Lívia (la exploradora),  Mariangel y José Roberto, los guaros del equipo.

   Cuando llegamos al campamento vimos que nos preocupamos demasiado por llegar para que los demás fueran a conocer. César, Livist y los dos Josés se habían hecho panas de medio campamento, consiguieron comida y hasta ron les dieron. Fueron al tobogán y descansaron, no estaban molestos porque habíamos llegado tarde. Génesis, Ángel y yo fuimos a la entrada del campamento donde nos estaba esperando José Luis con los demás en su camioneta. Llegamos y los vimos. Génesis no veía a su papá desde diciembre, lo abrazó demasiado feliz porque ya estaba allí. Yo saludé a todos muy emocionado porque tenía tiempo sin verlos. A Lívia, que venía de Brasil, todos estábamos esperándola, queríamos hablar con ella, cuando la ví sentí que la conocía desde hacía mucho tiempo, fue raro. Estábamos a la expectativa, no sabíamos que sucedería al siguiente día, veíamos el Roraima desde el campamento, lleno de nubes, detrás del Kukenán. Sinceramente cada vez que veía hacia donde estaba, sentía miedo. Miedo porque tenía mucho tiempo esperando el día en que empezaríamos a caminar hasta él, no podía creer que esta aventura al Roraima ya estaba por comenzar.



   Todos esos días estuve pensando, estuve imaginando como sería mi vida viajando alrededor del mundo, sin contratiempos, con personas que amen recorrer cada rincón del planeta. En este viaje creció muchísimo mi amor por mi país. Cada vez que hablaba con un pemón, les preguntaba sobre sus problemas, quería saber más allá de lo bonito, de lo que está allí, creado por Dios. Quería saber por lo que están pasando. Son nuestros hermanos y están pasando penurias. Recuerdo con impotencia lo que me contó Raúl, el guardaparques que estaba en las sillas del restaurant. Me dijo que en su comunidad, Mapaurí, no existe transporte alguno para ellos trasladarse a la troncal 10 que es la carretera que atraviesa la Gran Sabana de punta a punta. Él trabaja en la Quebrada del Jaspe y todos los días tiene que caminar más de una hora para llegar a su trabajo. También me contó que le han prometido desde que él tiene noción, que en su comunidad, pondrían servicio eléctrico y que con indignación se levanta todas las mañanas y ve en el patio de su casa una torre de alta tensión que lleva energía eléctrica a Brasil. Me dijo también que para poder comprar un Kg de leche en polvo necesita 1000Bs porque eso es lo que está costando. Siento como si fuesen míos sus problemas, veo con indignación la situación por la que esta etnia y todo el país está atravesando.

   En fin, luego de recibir a José Luis y a los muchachos, me monté en la camioneta para explicarle como llegar hasta nuestro campamento, donde estaban nuestras carpas. Tuvimos que atravesar un río y todo. Llegamos al campamento y quería seguir conociendo, le dije a Lívia y Henry que fuéramos al tobogán, una parte del río Saro Wapo donde te sientas y puedes deslizarte cual tobogán, cayendo en una piscina donde se forma un remolino. Caminamos y caminamos hasta que llegamos, yo solo quería hablar portugués, practicar lo poco que sé y preguntarle a Lívia que le había parecido el viaje desde que llegó a Venezuela. Ya tenía tres día en el país. Cada vez más sentía que la conocía de alguna parte.

   Llegamos al tobogán ya casi de noche y no lo pensamos dos veces para lanzarnos. Yo veo dos niñitos y les pregunto que como era la cuestión y nos explicaron. Volví a mi infancia, no podía dejar de preguntarme por qué dejamos de hacer cosas de niños cuando ya no somos niños. Nos lanzamos Henry, Lívia y yo como tres veces seguidas. Después, cuando ya se había hecho bien de noche, nos regresamos al campamento a dejar todo listo para el día siguiente. El día que comenzaría a cumplir mi sueño, donde por fin se haría realidad lo que tanto esperé, el día que dejé el miedo de un lado y empecé a ser distinto, ese día comenzó a cambiar mi vida y la forma con la que veo el mundo, ese día, el día en que vi la sabana como jamás la había visto.


1 comentario:

Daniela dijo...

Hermoso tu relato. Gracias por compartirlo, me inspira muchísimo a realizar ese recorrido