11 febrero, 2015

Día 4: Empezó lo que tanto esperabamos

   Amaneció el día cuatro de nuesto viaje, era el gran día. Teníamos que estar listos para el momento en que llegara Ildemaro con los tres Jeeps que nos llevarían hasta la comunidad de Paraitepuy de Roraima, a 25 Km de San Francisco de Yuruaní.



  Yo siempre era el que andaba apurando a todo el grupo, es que si no lo hacía, no íbamos a estar a las siete en punto en la entrada del campamento como habíamos quedado con Ildemaro. Llegamos a la entrada del campamento, en Saro Wapo, donde está el restaurant. Me recuerdo de Aidé, cuñada de Ildemaro, ella nos preparó café y nos regaló agua fría. ¡Qué gran regalo! Fue muy amable con nosotros. Ella sabía que subiríamos el Roraima porque el día antes Ildemaro le había dicho.


   Esperamos un rato y llegó un Jeep con Richard, un personaje que me salvó de una fiebre que me dió el día que llegamos a San Francisco, nuestro último día en la Sabana. Él es un ejemplo de servicio, de solidaridad.

   En el carro de José Luis habíamos dejado la cal que él compró. Esa cal la usamos en la cima del Roraima, luego de ir al famoso “Cagantepuy”-como Chiche nombró al baño- la echáramos encima para luego bajar nuestra mezcla de heces con ese polvo blanco que tapaba el olor. Está prohibido dejarlas en la cima, tienes que bajar a juro con ellas. En fin, dividimos la cal y dejamos la mitad con Ildemaro y la otra no las llevamos.

  En el Jeep estaban los porteadores que nos consiguió Ildemaro,  ellos nos acompañarían sólo los tres días de subida para ayudarnos a bajar el peso de nuestras mochilas. Dentro del Jeep también iban dos alemanes que subirían con nosotros, estaban recorriendo el país y uno de ellos me contó que luego irían al río Caura por 25 días navegando en Curiara.

  Chiche, Alfredo, Lívia y yo nos montamos en el Jeep y salimos rumbo a Paraitepuy mientras los demás esperaban las otras dos camionetas que estaban surtiéndose de gasolina. Fue un viaje de casi 45 minutos por una carretera de tierra. En ese momento sentía como mi corazón se iba a salir, no podía esperar más, era una sensación de impaciencia con ansiedad. No podía creer que esto estuviera comenzando. El que manejaba el Jeep nos dejó bajarnos en el medio de la carretera a tomar fotos. Se veían el Kukenán y el Roraima cada vez más cerca. Allí Richard, que iba con nosotros, nos señaló cual es el punto más alto del Roraima, el Maverick, que tiene forma de carro Maverick si lo ves de lado. Es curioso.

  Nos montamos en el Jeep y empezamos a ver las primeras casitas del pueblo. Nos recibía un letrero que decía “Paraitepuy de Roraima”. Ya estábamos allí. Nos bajamos en la oficina de Inparques a esperar a los demás. Ya eran las 9 de la mañana. Fuimos a la bodega Wadaka donde trabaja el papá de Samir, un bebé de un año que lo que hacíamos era cargarlo mientras esperábamos a los demás. Aproveché y me surtí, compré unas Susy, son mis galletas favoritas. Siempre el Kukenán y el Roraima nos estaban vigilando. Los demás se tardaron bastante, terminaron llegando a eso de las once y mientras firmábamos el libro de registro en la oficina de Inparques se nos hicieron las 12.





   Mientras estuvimos allí vimos como llegó un grupo que venía de regreso, lo primero que hicieron fue quitarse los zapatos para ver las ampollas que se les habían formado, no prestamos mucha atención porque ya sabíamos lo que nos esperaba, pasamos casi cuatro meses esperando el viaje y muchas veces nos habían dicho que las ampollas que salen después de terminar el viaje son gigantes. Ildemaro nos presentó a Germary, ella sería nuestra guía junto a él durante esos seis días de travesía.

  La emoción no podíamos ocultarla, todos estábamos esperando este día. Recuerdo cuando ví el reloj, eran las 12:07 pm, ya esto había empezado. Como de costumbre yo no podía dejar de tomar fotos, por más lejos que estuviese el Roraima y sabiendo que esa pared de piedras sagradas las estaría viendo los tres días siguientes y cada vez más cerca. Me quedé de último con Miguel, íbamos a paso de morrocoy pero no por querer ir tan lento, sino por que no podíamos dejar de pararnos y ver el paisaje, ver la sabana y al fondo un tepuy nuevo que se dejó ver, el Yuruaní-tepuy junto al Kukenán y más al fondo el Roraima. En este momento agradecí muchísimo a Dios, no podía creer que por fin estaba caminando hacia ese lugar tan legendario, que siempre me generaba tantas incógnitas.




   Pasamos dos riachuelos y subíamos y bajábamos lomas, desaparecían y volvían a aparecer de repente los tepuyes. Llegamos a la tercera quebrada donde nos estaban esperando los que iban de primero. Todos estábamos muertos de hambre, queríamos comer algo. Yo tenía todo en el fondo de mi mochila, no tenía ánimos de sacar todo para volver a hacer el desastre típico que siempre hago en ella. Esto para algunos les va a sonar un poco asqueroso, pero para mí no lo fue. Vi que habían bachacos justo al lado de donde yo estaba, vengo yo y le digo a Lívia en portugués que si se atrevía a comer hormigas y ella no lo pensó dos veces y con una hoja, mató a varios. Le dije que iba a comer si ella comía también y para sorpresa mía, se comió uno. Yo maté el mío y también me lo comí. No resultó ser tan malo, saben a limonada, tienen un sabor dulce. Nos comimos entre ella y yo como 10, no se nos quitó el hambre pero estábamos satisfechos porque habíamos probado algo que jamás pensábamos que íbamos a comer.








   Seguimos nuestro camino entre laderas de gramíneas y bosques de galerías hacia los lados del sendero. Caminamos por casi una hora hasta llegar hasta la comunidad de Tek que para mi es el mejor lugar para sentarse a ver el Kukenán, se ve en todo su esplendor.

   Nos sentamos bajo un techo de un pequeño restaurant que vende arepas en la mañanita, ahí vimos a un chamo que venía de Bélgica, nos contó que pasó año nuevo en el Paují, un pueblo que queda hacia el sureste del Parque Nacional Canaima, desde donde se puede caminar hasta El Abismo, un lugar donde se ve el comienzo de la selva Amazónica en Venezuela. Ahora estaba subiendo hacia el Roraima. Mientras él descansaba, nosotros seguimos. Tuvimos que cruzar nuestro primer río en medias, el Río Tek. Luego seguimos por el camino que más me gustó de todo el recorrido al Roraima. Teníamos que subir y luego bajar, nos encontramos con una capilla de piedras como rosadas y al fondo el sol no dejaba de alumbrar los imponentes tepuyes. Vimos como el sol caía y nos trataba de decir algo, fue como oír una palabra de aliento, de saber que debíamos seguir, que estábamos en el lugar indicado, en el momento indicado. Fue un momento de mucha energía, los tepuyes nos transmitían su magia, única en el mundo.









   Seguimos caminando y vimos en el fondo al Río Kukenán, donde sería nuestra parada del primer día de nuestra aventura hacia el Roraima. Cruzamos el río con mucho cuidado, tratando de no resbalarnos. Ildemaro nos ayudó a pasar las mochilas, él ya tiene desde que era un chamo habilidades para cruzar hasta con los ojos tapados. Llegamos a las 5:37 según la hora que daba mi reloj. Al fin cada vez estábamos más cerca, sentía unas ganas de escribir todo lo que había sucedido ese día.



   Ya casi sin luz del sol armamos campamento y ya caída la noche fui con Ángel y Henry a por lo menos lavarnos la cara de lo sucios que andábamos. El agua estaba helada, yo no me pude bañar en ese momento. Tuve que ahorrar valor para bañarme después cuando estuviésemos todos juntos. Después de hacer el intento de bañarme, fuimos a cocinar, nos fuimos donde estaban nuestros porteadores, ellos me habían dicho que estuviésemos con ellos y que cocináramos ahí porque iban a hacer una fogata y así fue. El mejor momento para mí del día era ese, el momento de cocinar, porque significaba estar juntos todos y hablar de todo lo que nos había pasado ese día, me sentía como con mi familia, todos riéndonos y hablando de cualquier cosa que se nos pasara por la cabeza. Cocinamos sopa y después pasta con salsa de atún, ya era nuestro menú estrella.


   Ya con el estómago lleno, nos dimos cuenta de algo que estábamos ignorando: el cielo. Era un concierto de estrellas. Había miles y miles. Primera vez que veía un cielo así, fue como un regalo después de tanto esfuerzo por llegar y completar nuestro primer día. Teníamos que dormir pero yo no podía. Henry me dijo para ir a cepillarnos los dientes y Livist y José nos acompañaron. Estuvimos un rato hablando de lo increíble que era todo en ese momento, haber decidido dejar la rutina y aventurarnos hacia el Roraima. En ese momento nos acostamos sobre las piedras del río, buscamos estar lo más cómodos que pudiésemos. Estábamos tan cansados que era como estar acostados en una cama, hablamos como por media hora o más. Teníamos claro que compartíamos en parte los mismos sueños,  de caminar, conocer, descubrir y conocernos a nosotros mismos. Fue un viaje que me unió con personas que nunca pensé que estaría compartiendo tan cerca, fue un viaje que cambió mi vida. Definitavamente sí lo hizo. Yo me quedé dormido por un rato, viendo hacia el Kukenán, oyendo como el río golpeaba las piedras, hasta que decidimos volver al campamento para descansar y esperar al día en que llegaríamos a la base del Roraima, uno de los días más fuertes y más bonitos que tuvimos en nuestra aventura y que en el próximo capítulo que voy a publicar sabrás porqué.




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