Yo siempre
era el que andaba apurando a todo el grupo, es que si no lo hacía, no íbamos a
estar a las siete en punto en la entrada del campamento como habíamos quedado
con Ildemaro. Llegamos a la entrada del campamento, en Saro Wapo, donde está el
restaurant. Me recuerdo de Aidé, cuñada de Ildemaro, ella nos preparó café y
nos regaló agua fría. ¡Qué gran regalo! Fue muy amable con nosotros. Ella sabía
que subiríamos el Roraima porque el día antes Ildemaro le había dicho.
Esperamos un
rato y llegó un Jeep con Richard, un personaje que me salvó de una fiebre que me
dió el día que llegamos a San Francisco, nuestro último día en la Sabana. Él es
un ejemplo de servicio, de solidaridad.
En el carro
de José Luis habíamos dejado la cal que él compró. Esa cal la usamos en la cima
del Roraima, luego de ir al famoso “Cagantepuy”-como Chiche nombró al baño- la echáramos encima para
luego bajar nuestra mezcla de heces con ese polvo blanco que tapaba el olor. Está
prohibido dejarlas en la cima, tienes que bajar a juro con ellas. En fin,
dividimos la cal y dejamos la mitad con Ildemaro y la otra no las llevamos.
En el Jeep
estaban los porteadores que nos consiguió Ildemaro, ellos nos acompañarían sólo
los tres días de subida para ayudarnos a bajar el peso de nuestras mochilas. Dentro del Jeep también iban dos alemanes que subirían
con nosotros, estaban recorriendo el país y uno de ellos me contó que luego
irían al río Caura por 25 días navegando en Curiara.
Chiche,
Alfredo, Lívia y yo nos montamos en el Jeep y salimos rumbo a Paraitepuy
mientras los demás esperaban las otras dos camionetas que estaban surtiéndose
de gasolina. Fue un viaje de casi 45 minutos por una carretera de tierra. En
ese momento sentía como mi corazón se iba a salir, no podía esperar más, era
una sensación de impaciencia con ansiedad. No podía creer que esto estuviera
comenzando. El que manejaba el Jeep nos dejó bajarnos en el medio de la
carretera a tomar fotos. Se veían el Kukenán y el Roraima cada vez más cerca.
Allí Richard, que iba con nosotros, nos señaló cual es el punto más alto del
Roraima, el Maverick, que tiene forma de carro Maverick si lo ves de lado. Es
curioso.
Nos montamos
en el Jeep y empezamos a ver las primeras casitas del pueblo. Nos recibía un
letrero que decía “Paraitepuy de Roraima”. Ya estábamos allí. Nos bajamos en la
oficina de Inparques a esperar a los demás. Ya eran las 9 de la mañana. Fuimos
a la bodega Wadaka donde trabaja el papá de Samir, un bebé de un año que lo
que hacíamos era cargarlo mientras esperábamos a los demás. Aproveché y me
surtí, compré unas Susy, son mis galletas favoritas. Siempre el Kukenán y el
Roraima nos estaban vigilando. Los demás se tardaron bastante, terminaron llegando a eso
de las once y mientras firmábamos el libro de registro en la oficina de
Inparques se nos hicieron las 12.
Mientras
estuvimos allí vimos como llegó un grupo que venía de regreso, lo primero que
hicieron fue quitarse los zapatos para ver las ampollas que se les habían
formado, no prestamos mucha atención porque ya sabíamos lo que nos esperaba,
pasamos casi cuatro meses esperando el viaje y muchas veces nos habían dicho
que las ampollas que salen después de terminar el viaje son gigantes. Ildemaro
nos presentó a Germary, ella sería nuestra guía junto a él durante esos seis
días de travesía.
La emoción
no podíamos ocultarla, todos estábamos esperando este día. Recuerdo cuando ví
el reloj, eran las 12:07 pm, ya esto había empezado. Como de costumbre yo no
podía dejar de tomar fotos, por más lejos que estuviese el Roraima y sabiendo
que esa pared de piedras sagradas las estaría viendo los tres días siguientes y
cada vez más cerca. Me quedé de último con Miguel, íbamos a paso de morrocoy
pero no por querer ir tan lento, sino por que no podíamos dejar de pararnos y
ver el paisaje, ver la sabana y al fondo un tepuy nuevo que se dejó ver, el
Yuruaní-tepuy junto al Kukenán y más al fondo el Roraima. En este momento
agradecí muchísimo a Dios, no podía creer que por fin estaba caminando hacia
ese lugar tan legendario, que siempre me generaba tantas incógnitas.
Pasamos dos
riachuelos y subíamos y bajábamos lomas, desaparecían y volvían a aparecer de
repente los tepuyes. Llegamos a la tercera quebrada donde nos estaban esperando
los que iban de primero. Todos estábamos muertos de hambre, queríamos comer
algo. Yo tenía todo en el fondo de mi mochila, no tenía ánimos de sacar todo
para volver a hacer el desastre típico que siempre hago en ella. Esto
para algunos les va a sonar un poco asqueroso, pero para mí no lo fue. Vi que
habían bachacos justo al lado de donde yo estaba, vengo yo y le digo a Lívia en portugués que si se atrevía a comer hormigas y ella no lo pensó dos veces y con una hoja,
mató a varios. Le dije que iba a comer si ella comía también y para
sorpresa mía, se comió uno. Yo maté el mío y también me lo comí. No resultó ser
tan malo, saben a limonada, tienen un sabor dulce. Nos comimos entre ella y yo
como 10, no se nos quitó el hambre pero estábamos satisfechos porque habíamos
probado algo que jamás pensábamos que íbamos a comer.
Seguimos
nuestro camino entre laderas de gramíneas y bosques de galerías hacia los lados
del sendero. Caminamos por casi una hora hasta llegar hasta la comunidad de
Tek que para mi es el mejor lugar para sentarse a ver el Kukenán, se ve en todo su
esplendor.
Nos sentamos
bajo un techo de un pequeño restaurant que vende arepas en la mañanita, ahí
vimos a un chamo que venía de Bélgica, nos contó que pasó año nuevo en el Paují, un pueblo que queda hacia el sureste del Parque Nacional Canaima, desde donde se puede caminar hasta El Abismo, un lugar donde se ve el
comienzo de la selva Amazónica en Venezuela. Ahora estaba subiendo hacia el
Roraima. Mientras él descansaba, nosotros seguimos. Tuvimos que cruzar nuestro
primer río en medias, el Río Tek. Luego seguimos por el camino que más me gustó
de todo el recorrido al Roraima. Teníamos que subir y luego bajar, nos
encontramos con una capilla de piedras como rosadas y al fondo el sol no dejaba
de alumbrar los imponentes tepuyes. Vimos como el sol caía y nos trataba de
decir algo, fue como oír una palabra de aliento, de saber que debíamos seguir,
que estábamos en el lugar indicado, en el momento indicado. Fue un momento de
mucha energía, los tepuyes nos transmitían su magia, única en el mundo.
Seguimos
caminando y vimos en el fondo al Río Kukenán, donde sería nuestra parada del
primer día de nuestra aventura hacia el Roraima. Cruzamos el río con mucho
cuidado, tratando de no resbalarnos. Ildemaro nos ayudó a pasar las mochilas,
él ya tiene desde que era un chamo habilidades para cruzar hasta con los ojos
tapados. Llegamos a las 5:37 según la hora que daba mi reloj. Al fin cada vez
estábamos más cerca, sentía unas ganas de escribir todo lo que había sucedido
ese día.
Ya casi sin
luz del sol armamos campamento y ya caída la noche fui con Ángel y Henry a por lo
menos lavarnos la cara de lo sucios que andábamos. El agua estaba helada, yo no
me pude bañar en ese momento. Tuve que ahorrar valor para bañarme después cuando estuviésemos todos juntos. Después de hacer el intento de bañarme, fuimos a
cocinar, nos fuimos donde estaban nuestros porteadores, ellos me habían dicho
que estuviésemos con ellos y que cocináramos ahí porque iban a hacer una fogata
y así fue. El mejor momento para mí del día era ese, el momento de cocinar, porque significaba estar juntos todos y hablar de todo lo que nos había pasado
ese día, me sentía como con mi familia, todos riéndonos y hablando de cualquier
cosa que se nos pasara por la cabeza. Cocinamos sopa y después pasta con salsa
de atún, ya era nuestro menú estrella.
Ya con el
estómago lleno, nos dimos cuenta de algo que estábamos ignorando: el cielo. Era
un concierto de estrellas. Había miles y miles. Primera vez que veía un cielo así,
fue como un regalo después de tanto esfuerzo por llegar y completar nuestro
primer día. Teníamos que dormir pero yo no podía. Henry me dijo para ir a
cepillarnos los dientes y Livist y José nos acompañaron. Estuvimos un rato
hablando de lo increíble que era todo en ese momento, haber decidido dejar la
rutina y aventurarnos hacia el Roraima. En ese momento nos acostamos sobre las
piedras del río, buscamos estar lo más cómodos que pudiésemos. Estábamos tan
cansados que era como estar acostados en una cama, hablamos como por media hora o
más. Teníamos claro que compartíamos en parte los mismos sueños, de caminar, conocer, descubrir y conocernos a
nosotros mismos. Fue un viaje que me unió con personas que nunca pensé que
estaría compartiendo tan cerca, fue un viaje que cambió mi vida.
Definitavamente sí lo hizo. Yo me quedé dormido por un rato, viendo hacia el
Kukenán, oyendo como el río golpeaba las piedras, hasta que decidimos volver al campamento para descansar y esperar al
día en que llegaríamos a la base del Roraima, uno de los días más fuertes y más
bonitos que tuvimos en nuestra aventura y que en el próximo capítulo que voy a publicar sabrás porqué.
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