Ya creo que es
costumbre ir al terminal y tener problemas con los autobuses. El autobús con
destino a Barinas donde nos montamos nunca arrancó, entre peleas y discusiones
de los choferes nos terminaron cambiando a otra desgastada y vieja unidad.
Tenía una especie de aire que nos lo vendieron como "acondicionado"
pero yo sabía que si abría la ventanilla iba a entrar más aire fresco del que
salía por esas rejillas. El viaje se nos hizo largo y largo respirando ese aire
sofocante, pero como de todo sale un aprendizaje, el de esta vez fue que para la
próxima vez no nos vamos a dejar vender boletos de autobús por los desesperados
despachadores de pasajeros que buscan llenar su autobús. Lo mejor es preguntar
en todos los andenes posibles por los buses que salgan al lugar que quieres ir,
así ellos te persigan y ni te dejen respirar.
¿Pero por qué iba a Barinas? Eduardo a quien conocí hace ya varios meses luego de que viera por mi Instagram que iría al Roraima, contactó a Isis, una senderista que vive en Barinas y que tiene un grupo inmenso con el que se recorre todo el piedemonte andino. Habló con ella semanas antes y cuadró todo. Ella nos trató de encontrar una posada barata en la ciudad de Barinas pero ya cuando estábamos con César en el terminal de Valencia, él nos dijo que tenía amigos allá y los llamaría a ver si nos dejaban quedar en su casa, llamó y le dijeron que si. ¡Ese momento fue único! Saber que íbamos a Barinas a caminar entre montañas y ríos y de paso íbamos a tener donde dormir sin pagar un céntimo fue un alivio.
En el autobús oloroso a gasolina y con
el aire que sofocaba, Eduardo, César y yo salimos del terminal de Valencia.
Pasamos el Campo el Campo de Carabobo y cuando estábamos por Tinaco se le ha
espichado un caucho al pobre autobús. Tuvimos que esperar más de treinta
minutos en un taller del pueblo hasta que lo cambiaron y seguimos.
Después de siete horas de viaje a las
siete de la noche llegamos por fin a Barinas donde Isis nos estaba esperando
para llevarnos a un lugar que no sabíamos. Nos estaba escribiendo por mensajes
al celular de Eduardo, nos dijo que estaría fuera esperándonos con las luces
intermitentes de su carro prendidas y así fue. Estaba con su prima Ariana y
ambas, que ninguno de los tres conocía en persona, nos saludaron y comenzaron a
hacernos preguntas sobre como había sido el viaje, que si estábamos preparados
para la nueva aventura o que si ya habíamos comido. Después de esperar un buen
rato por alguien que no sabíamos quién era, Isis decidió llevarnos a la casa de
ese personaje.
Llegamos a la casa de Albania, ella nos
recibió como si fuésemos de su familia. Hablamos de cuánto tiempo llevaban
haciendo senderismo por el piedemonte barinés y al fin de toda esta
conversación y con su perra Nala dando vueltas y saltos alrededor de nosotros,
nos invitó a comer arepas en su casa que ella misma nos prepararía. ¡Qué
increíble! No podía creer todo lo que estaba sucediendo, ¿ aquien se le iba a
ocurrir que a tres chamos extraños que uno de ellos había contactado a una de
esas chicas senderistas por instagram iban a invitarlos a comer así tan rapido
y en su casa? Con todo esto queda demostrado que los venezolanos somos personas
que amamos servir a los demás. Esa noche en Barinas, tres chamas, Arianna, Isis
y Albania, nos estaban dando una lección de vida sin nosotros saberlo.
Esa lección fue la solidaridad y el servicio a los demás. Si no hubiese
sido por ellas quizás no podría decir que fui a recorrer el piedemonte barinés.
Después de esa cena que incluía arepas
fritas con queso rallado y refresco de avena, salimos hasta la casa de
Stephanie, una amiga de César, donde nos quedaríamos a dormir. Nos recibió su
abuela Elda como si fuésemos sus nietos, nos bañamos y luego hablamos un rato
con ella que nos contaba sus historias cuando visitó el Hato El Cedral en Apure
y veía cómo alimentaban a los caimanes gigantes o la escena cuando
agarraban por la cabeza a una anaconda. La dulce Elda nos contó también de sus
aventuras por La Gran Sabana cuando recorría "todos esos barrancos" y
se bañaba en cuantos ríos viera. Algo que siempre debes tener en mente es
aprender de cualquier persona, oírla y razonar cada palabra que dice y más aún
cuando se trata de una persona que ha vivido muchos años y sabe con propiedad
lo que es la vida.
Ya
muy de noche llegó Stephanie con su novio Ayrton y fuimos a recorrer la ciudad
de Barinas. Pude ver como esta era una ciudad grande, con muchas avenidas
amplias y un montón de lugares para comer. Una cosa que me impresionó muchísimo
fue que en cada esquina a cada ciertos metros tienen contenedores para colocar
las bolsas de basura por lo que esta ciudad nos recibió limpísima.
Después
del recorrido llegamos a la casa de la señora Elda y luego de un día largo al
fin nos acostamos a dormir y mientras los demás ya estaban dormidos yo seguí escribiendo todo lo que nos había
sucedido en el día: el trágico viaje en autobús, el recibimiento que nos dio Isis
junto Ariana y Albania, la conversación que tuvimos con la señora Elda y el
city tour que Ayrton y Stephanie nos dieron por Barinas.
Me
acosté pensando en que era lo que nos esperaba al día siguiente porque Isis no
nos quería revelar la ruta por el piedemonte, ella quería que se mantuviese en
secreto para que fuese una sorpresa y así fue como pasó. Hasta el último
momento no supimos nada.
Era
día sábado y todos pusimos la alarma a las cinco de la mañana, el que se
levantó fue Eduardo mientras yo lo que hacía era posponer la alarma. Albania
había despertado a Eduardo diciéndole que a las 5 y media iba a estar en la
puerta de la casa para arrancar.
Llegó
puntual y arrancamos, a mí no me dio tiempo de terminar de ver que era lo que
llevaba. Me acuerdo que metí trescientos bolívares, un atún, una toalla, un
short para bañarme, protector solar y agua. Nada más.
Nos
montamos en la camioneta de Albania más dormidos que despiertos y conocimos a
Nurquia y la famosa Margarita. Arrancamos y nos fuimos a una bomba que queda en
la salida de Barinas, allí conocimos a los demás del grupo y nos encontramos
con Isis y Ariana que nos habían preparado unas arepas.
Estábamos
en un puesto de empanadas y veía como ya tan temprano la gente trabajaba, hablé
con José dueño de un quiosco de empanadas y me dijo todo lo que les cuesta
comprar los ingredientes para prepararlas. Hace 46 años se vino de Colombia y
trabajaba en Barinas. Estaba decepcionado de cómo ha cambiado el país en tan
poco tiempo.
El quiosquito de José |
Luego
de comernos las arepas y hablar un rato con los dueños de los quioscos nos
fuimos. Allí nos revelaron nuestro destino: el pueblo de Calderas. Para llegar
hasta allá tienes que entrar a la carretera trasandina que lleva hasta Mérida y
a unos pocos kilómetros se encuentra el desvío hacia Altamira de Cáceres que es
un pueblito más pequeño que Calderas que tiene sus casas pintadas y a las 6 y
media de la mañana solo vi un alma en ese pueblo.
El pueblo de Calderas íngrimo y solo |
Comenzando a subir |
Por
una selva nublada llegamos hasta Calderas para empezar nuestra travesía. Por
una subida de cemento bien jodida llegamos hasta unas colinas que dejaban ver
el comienzo o el final –como lo quieras ver- de la Cordillera de los Andes.
Unos senderos llenos de pinos y cafetales nos llevaron hasta una casita donde
vive Andrea con su hijo José Gerardo. Tienen un patio con un becerro y mientras
ellos salían les pregunté si tenían café hecho. José respondió: -Vasié’ venga
pa’ que pruebe el mejor café- y yo le respondí: -Vamos a ver si es verdad-. Nos
sirvieron dos tazas para tres personas y de verdad no había probado café tan
fuerte y dulce que el que en esa casa me dieron. Le agradecí mucho a Andrea por
haber hecho el café y a José por brindárnoslo. Le dije a los dos que nos tomáramos
una foto y José no quiso salir, se quedó en la puerta viendo como nos tomamos
la foto con su mamá. Nos despedimos y seguimos porque los demás ya nos habían
picado adelante.
La casita de Andrea y José Gerardo |
Con Andrea |
Piedemonte andino |
Pasamos
un lindero y entramos a una selva nublada donde pasan varios riachuelos. Veía
como esas montañas verdes me decían que era uno de los lugares más vírgenes del
país, pudimos darnos cuenta porque ni un papel en el piso encontramos en el
camino. Muy poca gente sabe de estos lugares y si van a ir lo que les pido es
que cuiden este lugar, llévense toda su basura y hablen con la gente.
Un árbol inmenso |
Después
de caminar un poco vimos que se acababa el camino y había unas escaleras
montaña abajo, de unos cuarenta metros de altura. Bajé de último porque quería
esperar a los que se habían quedado atrás pero como tardaron mucho, decidí
bajar. Tenía un poco de miedo porque ante cualquier paso en falso, la muerte
era segura. Guardé mi cámara en mi bolso para tener las manos libres y
agarrarme durísimo de los pasamanos que tenía esa escalera. Después de un rato
llegue abajo. Era un lugar único, la selva tupida ya estaba sobre nosotros. Nos
pasaba un rio de aguas congeladas por un lado y lo que nos faltaba hacer era
llegar al pozo pequeño que estaba hacia arriba.
Antes de bajar las escaleras |
Las escaleras desde abajo |
Llegamos
al pozo y era un agua que le faltaba poquito para estar congelada, los pies los
dejé de sentir cuando la toqué y pasaron casi como veinte minutos para que yo
pudiese meterme completo. Después de un rato decidimos que íbamos a comer. Isis
y Ariana nos habían dicho que no lleváramos nada, teníamos pensado comprar algo
en Barinas pero por la hora no pudimos y ellas nos insistían que ellas iban a
preparar bastante comida y que de allí podíamos comer nosotros.
El río que baja del pozo |
El pozo helado...vean mi cara |
En
ese momento que compartimos todos juntos el almuerzo fue muy emotivo. Ver como
personas que no teníamos ni veinticuatro horas de haber conocido compartían su
comida con nosotros me hizo pensar mucho. Fue otra lección de vida.
Después
de comer seguimos caminando y cada vez más se volvía más densa la selva, hubo
un momento que hasta tuvimos que subir unas escaleras de madera que alguien
había hecho para ayudar a quienes pasaran por allí, caminamos y caminamos hasta
que terminaba el camino y había una cerca de alambres de púas. Lo saltamos como
pudimos y empezamos a caminar colina abajo. Ya la selva comenzaba a
desaparecer. Bajamos y bajamos y nos encontramos con otro lindero que tuvimos
que saltar y otros atravesar. Luego de allí vimos cómo aparecía una casita de
colores verdes y fucsia y más atrás estaba un potrero. En el potrero yo me fui
a ver que era, si tenía animales o si estaba alguien trabajando. Llegue y me
encuentro con cuatro becerros que se trataban de esconder. Estaban asustados.
Yo muy pocas veces en mi vida había interactuado con esta especie animal y lo
primero que se me ocurrió fue llamar a un becerrito que se escondía detrás de
una columna. Le dije “Ven papá” pensando que no iba a hacer nada ante tal
llamado. Para sorpresa mía, el becerro se acercó y empezó a observarme. Yo saco
mi cámara y empiezo a tomarle fotos mientras el sacaba la lengua pensando que
era algo que podría alimentarlo. Detrás de él vinieron los demás y trataron de
hacer lo mismo pero yo me tuve que ir. Me despedí de ellos imaginando que
entendían y bajé hacia la casita donde ya estaban los demás.
El becerrito con el que hablé |
Bajé
y me enteré después que vi un letrero, que la casita era una mucuposada. Una
mucuposada es una posada donde los huéspedes conviven dentro de la casa de los
dueños. Es decir, es una especie de couchsurfing pago pero muy económico, allí
pagas un precio por persona y ese precio incluye desayuno, almuerzo y cena.
Los Alcaravanes |
Hablamos
con la dueña de la posada, la señora Eugenia y su hijo Carlos y nos contaron
como es de tranquila la vida por esas montañas llenas de cafetales. Ellos allí
cultivan el café y la Fundación Andes Tropicales lo empaqueta y distribuye con
el nombre de “Café del Bosque”. Ellos orgullosos de su café nos dieron a todos
una taza. Tenía un sabor único. Yo no paraba de preguntarles incrédulo por tal
sabor si le colocaban algo más aparte del café, respondieron tantas veces como le
pregunté: “no, a eso solo lo ponemos a secar, le quitamos la concha y lo
molemos, no tiene nada más”. Yo quedé marcado por ese sabor y olor tan único.
En mi vida había probado algo parecido.
El patio de la mucuposada |
Un puente |
En
esa posada estaba Diva, una niña que fue la alegría de estar allí en ese
momento. Le dije que si quería una foto conmigo y que “pelara los dientes”.
Ella aceptó y nos tomamos la foto que prometí imprimírsela y dársela cuando
vuelva para quedarme en la Mucuposada Los Alcaravanes.
Diva y yo pelando los dientes |
Nos
despedimos y partimos mientras Eugenia, Carlos y Diva nos veían bajar y una
bandada de alcaravanes pasaba sobre nuestras cabezas. Mi mayor deseo era
quedarme allí un año, dos o los que fuesen necesarios para darme cuenta de lo
sencilla que es la vida fuera de la ciudad, sin preocupaciones y viviendo de lo
esencial.
Caminamos
y comenzamos a bajar por una carretera de tierra, hasta que vimos una casita
donde la grama estaba muy cuidada y había un banquito. Muchos se acercaron
porque había un perro que parecía como que nos estaba llamando y también porque
querían descansar en el banquito de madera que daba hacia una casita llena de
matas.
Entre
las plantas pude ver como una señora las regaba, estaba impaciente por saber
quiénes éramos. Yo entré y la saludé como si tuviese toda una vida
conociéndola. Ella feliz colocó la regadera en el piso y se quitó los guantes
de jardinería que llevaba puestos. Se veía muy contenta, me dijo: -buenos días hijo pase adelante y
discúlpeme que esté así de sucia, esta es su casa-, mientras sacaba unas sillas
para que nos sentáramos.
Pasamos adelante como ella nos pidió. Su casita sencilla
construida con bahareque y caña brava dejaba ver su cocina, un fogón de leña
prendido mientras por las grietas de las paredes el resplandor iluminaba los
restos de hollín que se desprendían dejando ese olor tan único. Pasamos hasta
los cuartos donde uno de sus nietos dormía rodeado de paredes llenas de afiches
de equipos de futbol de todo el mundo. La señora María, vive en el sector Agua
Blanca de Calderas, ella cultiva tomate, cebollín, plátano, maíz y café. Nos
llevó de nuevo, sin apuros, hasta la entrada de su casa donde se despidió
diciendo: -Los estaré esperando, esta es su casa y aquí siempre estamos a la
orden- mientras abrazaba a su nieto Rodolfo que acababa de llegar.
María junto a su nieto Rodolfo |
Pasión por el fútbol sobre paredes de bahareque |
Esta es la forma en que veo mi país, averiguándole la vida
a las personas que me encuentro en el camino mientras viajo. Esto logra hacer
que me dé cuenta de muchísimas cosas que día a día ignoro, de lo grande que
puede ser el corazón de una persona, de saber que el rencor es cosa que no
existe cuando nos metemos en lugares como estos.
Pensando y pensando cada vez más, me despedía de María y
Rodolfo. Lo que pensaba era que quiero vivir así. Quiero vivir viajando y
hablando con la gente, quiero saber más sobre la cultura, lo que hacen día a
día, en qué trabajan, qué comen en cualquier parte de mi país y del mundo. Mi
amor por lo que implica la venezolanidad creció en esos veinte minutos que
estuvimos en casa de María.
Seguimos bajando y nos encontrábamos con más casitas que
vendían helados artesanales. En la primera casita que nos paramos, vendían de
chocolate que sabía demasiado bien pero por alguna extraña razón era marrón al
principio y a medida que te lo comías se volvía como verde. Me lo termine
comiendo como un niño, hasta la última gota.
Fuimos cuesta abajo y nosotros aun seguíamos sin saber a
dónde nos llevaban. Mientras bajábamos empezamos a escuchar como caía agua en
algún sitio pero se oía durísimo, cada vez más fuerte. Nos dijeron que empezaríamos
a bajar por el lado derecho de la carretera y para sorpresa nuestra nos estaban
llevando a un salto. Bajamos como en cinco minutos y el agua con su fuerza nos
dejó sin palabras. Eso siempre me pasa cada vez que llego a donde cae agua. No
puedo dejar de ver el poder tal que tiene el agua cuando precipita de un río.
Habíamos llegado a la cascada Las Monjas. Yo supuse que la llamaron así porque
hace alusión al hábito que utilizan las monjas y por ser dos cascadas, una
arriba y otra abajo que sigue a la primera, llamaron en plural a esta caída:
Las Monjas.
Las Monjas |
El baño no tan caliente que me eché |
Estuvimos más o menos quince minutos y subimos hacia la
carretera donde seguimos bajando en dirección al pueblo de Calderas. En eso
empezamos a oír música a lo lejos. Era un barcito al mejor estilo de pueblito
venezolano donde con los que habíamos ido decidieron tomarse unos “miches”
–como llaman a cualquier especie de trago en Barinas-.
En el barcito muchos empezaron a bailar bachata y merengue
que sonaba durísimo. El bar hizo su agosto, muchos bebieron cervezas hasta que
comenzamos a bajar de nuevo mientras planeaban el próximo viaje de este grupo
que nos había abierto las puertas en este bello estado.
Seguimos en dirección hacia Calderas. Ya habíamos bordeado
con una ruta en especie de arco, el piedemonte andino. Más abajito y luego de
rechazar una cola que nos estaban ofreciendo por querer terminar la travesía a
pie, llegamos a otra quebrada que tenía unos pozos friísimos. Yo no me bañé
esta vez. Ya lo había hecho en el pozo de las Monjas y me había costado. Muchos
siguieron bajando pero algunos nos quedamos en el río. Fue lo mejor decidir
quedarnos, uno de nuestro grupo había hecho un ponqué y lo sacó luego que los
demás salieron del río. Ese bocadillo dulce fue un abreboca para las
hamburguesas que venden en Barinitas hechas a la leña que Isis y Ariana tanto
nos hablaron.
De la cola que nos perdimos |
Un señor feliz con su burro |
Por un rato largo seguimos la única vía que llevaba al
pueblo que nos recibió. Llegamos a eso de las cinco a la plaza donde habían
dejado los carros y mientras los demás compraban café, Eduardo y yo decidimos
entrar a la iglesia del pueblo, muy sencilla en su totalidad.
El mejor café que probé |
Nos fuimos ya pasadas las seis y en el carro de Albania
estábamos los mismos de las cinco y media de la mañana: César, Margarita,
Nurquia, Albania y yo. Más abajo el grupo se detuvo en otro típico barcito que
esta vez tenia patio de bolas criollas y mesas de billar. Allí siguió la
bebedera. En particular a mi no me gusta mucho la cerveza, prefiero beberme un
trago de ron o cocuy antes que pedirme una “birra”. Ya se estaba haciendo de
noche y decidimos arrancar.
Los “miches” hicieron efecto rápidamente en Nurquia y
Albania que colocaban canciones de despecho que repetían y volvían a repetir
mientras cantaban como si nadie las estuviese oyendo y felices porque un día
más habían hecho lo que más les apasiona: recorrer todas las montañas y ríos de
esa región barinense.
Llegamos a Barinitas y fuimos a la hamburguesería más
famosa del estado, donde mucha gente que vive en la capital de Barinas viaja
hasta este pueblito solo a probarlas. Son buenísimas, tienen que probarlas
cuando pasen por allá. Pregunten en el pueblo por las hamburguesas a la leña y
todos sabrán decirles donde quedan.
Muy de noche, a eso de las 10 y media llegamos a casa de
Stephanie, donde nos esperaban para salir a hacer algo en Barinas. Luego de
echar los cuentos de nuestra aventura por las montañas de Calderas, salimos
César, Ayrton, Stephanie y yo a tomarnos algo por ahí. Eduardo se quedó porque
quería descansar y tenía toda la razón, estábamos agotados.
Llegamos a la casa luego de ir a un mini barcito en Barinas
y tomamos vino de mora que Stephanie compró en Mérida. En un momento me quedé
dormido y de allí solo me recuerdo que me fui a dormir para el siguiente día
levantarnos e irnos de vuelta a Valencia.
A las 5 y 45 de la mañana sonó el despertador que nadie oyó
y a eso de las 7 de la mañana César nos levanta porque ya se había hecho tarde.
Salimos con Stephanie que nos llevaría al terminal pero ella nos quiso llevar a
desayunar unas de las mejores empanadas de Barinas que valen 15Bs pero son
chiquitas. Con cuatro me llené. Las pedimos todas de guiso porque las demás ya
se habían acabado. Con la barriga llena, Stephanie nos dejó en el terminal y
nosotros agradecidos nos despedimos de ella.
Apenas pisamos el terminal encontramos como irnos. Era un
buscama, esta vez sí tuvimos suerte. Estaba limpio, tenía el aire bueno y nos
cobró cuarenta bolívares menos que el otro que nos trajo accidentadamente.
En medio del viaje que lo que hice fue dormir, el bus se
detuvo en un restaurant en pleno llano. Hacía un calor sofocante mientras
César, Eduardo que se compró una torta y yo, veíamos como mucha gente
desesperada se tomaba sus platos de sopa y no dejaba restos de carne en sus
muslos de pollo. Paso un rato y arrancamos vía Valencia donde terminaría así
nuestra travesía por la linda Barinas.
Nuestra última parada antes de llegar a Valencia |
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