24 marzo, 2015

Día 5: Hasta la Base del Roraima

   Este es el día que para muchos fue el más difícil. Para nadie era un secreto que estábamos dirigiéndonos al tepuy más alto de toda la cadena de tepuyes orientales y del macizo guayanés en su totalidad. Ese día amaneció en el campamento del río Kukenán y estábamos muertos de hambre. 

   Nuestro lugar de acampada era como especie de un pasillo donde de lado y lado habíamos clavado nuestras estacas para fijar la carpa al suelo sabanero. Ese pasillo era el lugar de los gritos. Podías oír a cualquiera de nosotros diciendo “¿Donde están mis medias?”…”¿Alguien ha visto mi tenedor”…estas frases y preguntas eran el pan de cada día en nuestra travesía roraimera.

El pasillo uno de Río Kukenán


La noche anterior había sido una de las mejores. Algo que ni el monto de dinero más grande podrá comprar es ver el cielo negro punteado de estrellas que titilan mientras es surcado por estrellas fugaces en el preciso momento que Livist, Barragán, Henry y yo hablábamos de lo loco que había sido decidir irnos al Roraima acostados en las piedras que hacían de orilla en el río.



Mi espíritu ese día estaba siendo renovado y mi felicidad crecía con cada centímetro que me acercaba al tepuy sagrado.

Ese día a las 5:00am en punto llega Henry a la puerta de mi carpa a despertarme mientras Lívia y livist se despertaban. El fin de todo esto era irnos un poco más arriba del campamento a ver el amanecer. Subimos con cara de sueño y demacrados para sentarnos arropados sobre unas piedras a ver la salida del sol. Se tardó un poquito en salir pero al final nos terminó de asombrar. Salió y todos con ganas de ir a “Pipí-tepuy” terminamos de ver como el sol arropaba nuestro campamento mientras todos dormían.
Luego de esa carga de energía fuimos al pasillo uno –era el primero de todos- de Río Kukenán donde estaban nuestras carpas empezamos a recoger nuestras cosas mientras algunos sacaban sus hornillas y alimentos para comenzar a hacer de chef como ya teníamos días haciéndolo.

Vean mi cara de sueño
Livist y Henry


Mi libreta donde anoto todo junto a los tepuyes

Y así amaneció en el Río kukenán


En mi grupo –ya que estábamos divididos en tres- yo era el cocinero y muchas veces me ayudaban. El menú de ese día era bollitos con riqueza y avena con proteína. Hicimos muchísimos, alcanzó para que nuestro batallón de ocho personas quedara full y le diéramos a Germary e Ildemaro para que comieran con nosotros. Germary me dijo -no te preocupes Gustavo- pero ese día ella con su sonrisa en la cara se le notaba que le provocaban.

Terminamos de lavar nuestros platos en el río y guardamos todo para desmontar las carpas y arrancar. Comenzó así nuestro ascenso al campamento base, el pie del Roraima. Ese día hacía mucho calor y no había momento que no estuviésemos cansados porque siempre era una subida jodidísima. La vista hacia la sabana hablaba, tenía palabras que podías escuchar. El viento decía que siguiéramos, que todo iba a salir bien mientras que la sabana verde amarillenta nos recordaba que si de allá veníamos teníamos que llegar, que faltaba poco. Así fue como después de cuatro horas más o menos llegamos al campamento base.

Una chocita y un wayare

El Río Kukenán

Empezando a subir al campamento base

Cada vez más cerca del Roraima

Un poco cansado no más


El campamento base es como un laberinto. Tiene matas de moras que puedes comer por todos ladosy si no te pierdes en uno de sus pasillos que llevan a los distintos lugares donde se acampa no viviste tu aventura con propiedad. En nuestro lugar para acampar cada uno se peleaba por el lugar donde tendría que estar su carpa ya que lo consideraban libre de “piedras” y “nivelado”. Les tengo que decir que todo el lugar estaba desnivelado, las carpas estaban mirando hacia abajo mientras las piedras desnivelaban hasta ya no poder más el piso de nuestro lugar de dormitorio. Eso no nos importó mucho cuando nos dimos cuenta de que el cielo se empezaba a poner de un color rojizo intenso. Era el atardecer. El sol era gigantesco, no había palabras para describirlo, con la pared del Roraima detrás que se tapaba por las nubes a cada instante y un cielo rojo, morado, amarillo y anaranjado al mismo tiempo, describían un momento único. En ese momento Eduardo había ido al famoso “Cagan-tepuy” y todos desde abajo en el campamento le gritábamos “Eduardo, esta cagada jamás se te olvidará” mientras Lívia se quedó paralizada al mismo momento  las lágrimas que soltaba dejaban ver que era un momento especial para ella.

En ese instante, nadie hablaba, yo tomaba fotos junto a Ces mientra los demás uno al lado de otro veía con asombro el impresionante tamaño del sol que pocas cámaras lograron captar.

El atardecer que nos cambió a todos


Después que el sol se ocultó yo busqué mi famosa libreta. Ella siempre me acompaña en mis viajes y a donde yo vaya escribo cada cosa que pienso. Ese momento me encargué fue de preguntar muchas cosas. Tenía dudas de cuáles eran los tepuyes que estaban en la parte oriental del Parque Nacional. Germary fue quien me los dijo rapidísimo mientras yo escribía. En orden de norte a sur están: Ilú, Karaurin, Tramen, Wadakapiapö, Yuruaní, Matawi o Kukenán y el Roraima de último que es el que está más hacia el sur. Hacia el lado occidental y desde el campamento base se veía el tepuy Chimantá que tiene forma de hombre acostado. En ese mismo momento me contaron que se podía ver el Akopán-tepuy, que queda en el sector occidental, desde el salto Kamá. En ese momento estaba con todo nuestro clan pemón: nuestros guías Ildemaro y Germary acompañados de nuestros porteadores: Neriko, Keisler, Gilberto y Jairo. A ellos les pedí que fueran en la noche a donde estábamos todos para que nos contaran leyandas del pueblo pemón.

Ya caída la noche Ildemaro nos reunió a todos para darnos indicaciones de lo que haríamos el día siguiente. Ese día llegaríamos a la cima del tepuy. Luego de eso comimos y preparamos cada quien lo que quisiera. En nuestro grupo hicimos arepas fritas. En el grupo de Henry papas fritas y una salsa con atún mientras que en el grupo de Miguel, César y Livist prepararon pasta con una salsa napolitana que le echaron atún también. Ya todos con la barriga llena y con la pared del Roraima vigilándonos siempre, llegó Ildemaro con Germary y los porteadores a echarnos las leyendas bajo la luz de la luna.

Acampar aquí no tiene precio

Mi hermanita, Vanessa, preparando arepas



Cada vez que recuerdo a Ildemaro, me acuerdo de sus frases típicas. La primera y ganadora es la famosa: “Estoy mamao”. Esta frase la decía cada vez que se detenía con su wayare, que según él pesaba más de 20 kilos, mientras subía. La segunda es “Estamos sobre la hora” que la exclamaba cuando estábamos desarmando campamento o alguno se quedaba rezagado y él lo esperaba. La tercera es la que decía cuando le preguntábamos cuánto tiempo faltaba para llegar: “Falta poco”. Esta la decía indiferentemente si faltaba media hora o faltaban 4 horas para llegar. La última que recuerdo es la que decía cada vez que se paraba para continuar su camino: “Renuncio a la flojera” que determinaba el momento en que debía seguir subiendo con su wayare a cuestas.

En nuestras mentes quedaron grabadas esas frases célebres de nuestro guía Ildemaro.

Esa noche mientras todos estábamos en el suelo viendo a Ildemaro, empezó a contarnos las leyendas mientras en pemón hablaban Neriko, Keisler, Gilberto, Jairo y Germary riéndose cada vez que Ildemaro se quedaba pensando en cómo traducir una palabra pemona muy de su tribu a nuestro idioma.

Los cuentos comenzaron así: Nos explicó qué significaba la palabra Canaima, que en realidad de escribe “Kanaimö” y fue adaptada para efectos “turísticos”. Kanaimö significa “que practica la maldad”. Nos dijo que antes en tiempos no muy lejanos las etnias pemones eran nómadas y se movían para buscar su alimento y llegó un momento que el alimento era escaso y las tribus empezaron a matarse entre ellos para subsistir. De esas tribus hay muchas comunidades hoy en día que se internaron en plena selva del estado Bolívar manteniendo aun su cultura y lengua originaria mientras que por otro lado no permiten ser censados por el gobierno. Estas tribus se encuentran en la Sierra de Imataca entre el Sororopán y el Akopán-tepuy. Nos habló también de las tribus que están ahorita en el Parque Nacional Sarisariñama que son la Sanema, Yekuana y los Mapoyos que hace poco su idioma fue declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco al quedar solo 12 personas que hablan este dialecto en todo el planeta.

Nos contó sobre el Kukenán, que debe su significado -tepuy de la muerte- porque cuando existían tribus en las cercanías de este tepuy, las personas iban a la cima a suicidarse como sacrificio. Del Roraima nos contó que cada vez que un “Amoko” -que significa abuelo- fallece, sus almas van al Roraima. Del Wadakapiapö, que en español significa “árbol de la vida”, nos contó toda la leyenda. Empezó así: Era una vez una pareja que vivía en la sabana, donde el esposo, Wey, un día se fue de cacería y le dijo a su esposa que lo esperara en un determinado lugar. Mientras ella lo esperaba, llega un tigre y mata a la esposa de Wey que estaba embarazada, perdiendo Wey sus hijos y esposa al mismo tiempo. Wey se descontrola y comienza la búsqueda de su esposa e hijos, que él pensaba que ya habían nacido. Sobrevive días a la intemperie desafiando espíritus. Él busca la forma de alimentarse y descubre restos de auyama que había dejado un picure. Él sigue las huellas del animal y se encuentra con  el tepuy con forma de árbol donde los frutos estaban en la cima. Wey no puede subir por lo alto que era. Makunaima decidió cortar el árbol para que Wey pudiera subir y recoger los frutos. De todo esto quedó el tepuy que hoy todos vemos con forma de dedo que, según Ildemaro, en sus alrededores tiene plátanos silvestres.


Después de todas estas historias que me llevaron a volar por la inmensa sabana y a imaginarme muchísimas cosas, Ildemaro nos dijo que teníamos que descansar porque el día siguiente sería uno de los más difíciles de todo el recorrido. Decidí irme a dormir agradeciendo a la vida, a estar vivo y recordándome a mí mismo que era una locura todo lo que estaba viviendo, que era algo increíble todo lo bueno que me estaba pasando. Pensando todo eso por fin me quedé dormido, con unas piedras que me tullían la espalda pero que no me importaba porque al fin y al cabo estaba allí, en la base del Roraima.

Si tienes alguna pregunta, déjamela como comentario



1 comentario:

Mervis dijo...

La única pregunta que tengo es: ¿Cómo me pego a Uds.? Jaja.
Viajar así es lo mejor del mundo. Las 2 veces que fui a Gran Sabana, me enamoré de ella perdidamente. Lo malo era que no la conocí a plenitud, pues estaba atado al plan turístico.
Lo mejor es viajar así, que sea una experiencia más orgánica en contacto con la naturaleza y no tan comercial.