25 enero, 2016

Wiwa: la palabra mágica del caribe colombiano

Habíamos llegado a Santa Marta, había sido nuestro último día en Cartagena. Nuestro plan había sido llegar de día a nuestro destino, a esa ciudad que muchos extranjeros que habíamos conocido en el transcurso del viaje, nos habían dicho que iba a mostrarse insegura y no tan bonita como la gran ciudad amurallada del Caribe, Cartagena.

Tomamos un bus en el terminal de Cartagena, con nuestro afán de regatear (porque en Colombia todo se regatea y nada tiene precio final de buenas a primeras). El pasaje costó 25mil pesos, unos 8 dólares. Mientras pagábamos al señor que buscaba los pasajeros para llenar el autobús, nosotros fuimos a comprar agua. Abordamos y nos fuimos. El viaje fue perfecto para dormir y descansar, eran pocas las horas de sueño que habíamos tenido. Veníamos de estar en Playa Blanca dos noches en las que ambas fueron de fiesta.

A mí me gusta muchísimo tomar buses, es la mejor manera de viajar y te doy varias razones por las cuales considero esto:


  •      No manejas, puedes ver por tu ventanilla todo el paisaje y los lugares que el camino te va mostrando
  •     Ves detenidamente la actitud de las personas del lugar que estás visitando, oyes su acento, ves sus expresiones, cómo se visten.
  •      Puedes almorzar o comer algún snack a medida que el viaje sigue porque en algún momento en la carretera se montará alguien a ofrecer almuerzos como en el caso de Colombia que ofrecen arepa de huevo y refrescos o en Venezuela que muchas veces ofrecen cachapas con queso y nestea.
  •      Puedes dormir, tienes un asiento, muchas veces reclinable, para ti solo.
  •         Es un momento para oír música que normalmente no oigo y es que en la mayoría de buses que he usado, sobretodo en Venezuela, he tenido la oportunidad de hacer hasta una mini fiesta mental con toda la música que ponen: desde el famoso reggaetón hasta bachata, cumbia o vallenato
  •     Es la mejor oportunidad que puedes tener para conocer a alguien o hablar si necesitas hacerlo porque siempre saldrá un tema de conversación a la palestra pública del colectivo, que si el que conduce va muy rápido, que el colector quiere cobrar de más o simplemente la frase típica “qué calor hace”

Son algunas de mis razones por las cuales viajo usando transporte público y me gusta hacerlo. En nuestro caso, nos despertábamos entre el viaje cuando el bus hacía paradas para dejar personas en el camino a Santa Marta. Hay una sola carretera principal que conecta estas ciudades y siempre va bordeando la costa junto las ciénagas verdísimas y enormes que caracterizan a la costa Caribe colombiana. El bus alumbrado por dentro con luces azules y un aire acondicionado muy frio, hizo una parada más extensa al llegar a Barranquilla y nosotros aprovechamos para bajarnos y revisar cómo iban nuestras mochilas.

Mi mochila es como mi hija, así lo veo yo, es mi tesoro más preciado durante un viaje, allí va mi vida o casi toda. En un bolsito pequeño, tipo morral, coloco todas mis pertenencias importantes como pasaporte, cédula, dinero en efectivo, tarjetas, cámaras, baterías, cargadores y cosas vitales como el agua y alguna que otra chuchería. Fuimos caminando hasta el maletero del autobús y las vimos. Para mí es como dar un respiro. Es como si fuera un papá, dejo a mi hija con una niñera mientras salgo de casa y cuando vuelvo veo que está bien, es así, es como respirar de nuevo.

Las vimos y aprovechamos de sacar un suéter, el frío dentro del bus no nos dejaba dormir, yo me arropaba conmigo mismo abrazándome, Henry por otro lado estaba temblando y ya no estaba funcionado más. Subimos luego de unos minutos que el chofer llenara el bus con más pasajeros y arrancamos. Al momento que el bus tomó camino, seguimos durmiendo. Nos despertamos cuando el chofer del bus prendió todas las luces dentro y subió exageradamente el volumen de la música, un vallenato bien sabroso pero que a esa hora aturdía. Eran las 12. ¡Era la medianoche!. Las palabras del colector, quien acompaña al chofer y se encarga de coordinar todo lo que se refiere a logística dentro del bus solo decían “hasta acá llegamos, el terminal está cerrado”. Todo el mundo dentro del bus hacía bulla. La gente no podía creer que el bus definitivamente no iba a llegar al terminal. En cambio estaba dejándonos en una especie de suburbio de la ciudad. Todo el mundo se bajó mientras el bus estaba orillado en plena vía hacia un cúmulo de tierra. Hago tiempo y tardo en bajar mi mochila del maletero, aun tratando de despertarme, meintras por otro lado , en mi mente pensaba que íbamos a hacer en medio de ese suburbio con unos cuantos puesticos de perro calientes, un hotelito que se veía al fondo y una estación de servicio que parecía el lugar donde pasaríamos la noche.

Muchísimos taxistas se abalanzaron sobre nosotros ofreciendo llevar a otro lugar. No sabíamos nada de Santa Marta. Nos habíamos tomado muchísimo tiempo en investigar sobre lugares como Cartagena, Isla Barú y el Tayrona que al final no nos sobró para buscar sobre esta ciudad que se nos mostraba un poco rara en nuestra llegada. Quedamos una pareja de colombianos que aun trataban de despertarse y nosotros frente a la vía, como pensando qué haríamos. Yo le decía a Henry “vámonos a la estación de servicio, está bien iluminada y seguro podremos pasar el resto de la madrugada allí”. La pareja de colombianos que venían de Bogotá, descubiertos por su acento, dijo “vamos a ver chicos allí hay un hotel, seguro podríamos pasar la noche” fuimos a ver qué tal, el hotelito blanco con tres pisos se mostraba simpático ante tanta desolación. Cruzamos la vía y caminamos hasta el hotel. Se acercó a nosotros un señor y nos dijo que no había nada, que ninguna habitación estaba disponible. Henry y yo enseguida le preguntamos si tenía algún pasillo o algún lugar donde pudiéramos colocar nuestros sleepings y salir muy temprano antes que se despertaran los huéspedes. El dijo que sí tenía un lugar pero que le debíamos colaborar con algo. Aceptamos advirtiéndole que no teníamos tanto dinero, que le daríamos lo que pudiéramos darle.

En mi mente solo podía estar feliz. ¡Teníamos donde pasar la noche!. Subimos y escogimos el lugar donde nos colocaríamos. ¡Podíamos hasta elegir! Yo estaba muy feliz, donde pueda colocar mi sleeping para dormir y tener al lado mi mochila, siempre voy a estar feliz. El lugar tenía wifi y una batea que nos prestó el señor para que pudiéramos cepillarnos los dientes y lavarnos la cara. Se nos hizo muy tarde mientras leíamos noticias y nos comunicábamos con nuestra familia para decir que aun seguíamos vivos. No sé por qué siempre piensan que viajando y de la manera como lo hago, puede pasarme lo peor. Por eso siempre vale mucho ese mensaje de “estoy bien” o de “no tendré internet ni señal en cuatro días”. Háganlo por el amor que le tienen a su familia.

Dormimos como a las tres para levantarnos a las 5:30 am y salir vía a uno de los Parques Nacionales más importantes de Colombia y de la costa Caribe, el Parque Nacional Natural Tayrona, un lugar lleno de selva, animales exóticos, playas con rocas inmensas y arena fina, donde cada pedacito de paraíso está conectado por senderos entre la jungla.

Salimos del hotel muy temprano y caminamos con nuestras hijas –las mochilas- en la espalda durante veinte minutos hasta La Olímpica, un supermercado donde compraríamos algunas frutas, pan, huevos, atún, jamón en tubitos y algo de chucherías para los días que pasaríamos dentro del Parque Nacional. Hicimos un mercado para dos a tres días, complementando con algunas que ya teníamos, por algo menos de 30mil pesos colombianos, unos 9 dólares. En Colombia la comida es muy económica, en especial si decides ir a un supermercado y comprar cosas para comer: un pan de queso, atún y salsa que venden en sobrecitos para hacerte un sándwich de atún, puede resolver cualquier comida.

Luego de ir al súper, tomamos un bus hacia el mercado principal de Santa Marta, donde hay un terminal chiquito donde se toman los buses que van hasta Palomino, una playa que queda mucho después de la entrada al Parque Nacional Tayrona. Llegamos al terminal, Henry por su parte, llegó después mientras taxistas le ofrecían llevarnos hasta el parque y establecía por primera vez contacto con una pareja de colombianos, Carlos y Cindy, que también viajarían al Tayrona.

Tomamos el bus que nos llevaría hasta Zaíno, la última entrada al Parque Nacional, el viaje desde el mercado hasta ese lugar toma aproximadamente 45 minutos. En el camino se puede observar el cambio de la vegetación. El Parque es inmenso, sigue del lado este de la ciudad de Santa Marta en la misma vía que lleva a Riohacha, la capital del departamento de la Guajira, el departamento que hace frontera con el estado Zulia en Venezuela.

En Colombia, como en muchas partes de América, los primeros días de enero son días libres, las universidades y colegios están de vacaciones y ciertos trabajadores se reincorporan la segunda semana de ese mes. Gracias a eso, muchísima gente viaja y elige como destino el parque nacional.

Para entrar se debe cancelar el valor del ticket que es un brazalete que se debe usar durante la estadía en el parque. Mientras estábamos en la cola una señora se nos acerca y nos dice que la capacidad del parque estaba hasta su límite y que los brazaletes que se vendieran ese día, servirían para entrar el día siguiente porque ya ese mismo día era muy tarde y sería imposible. Eran las nueve y media de la mañana y la fila era larguísima llena de extranjeros y colombianos. Mientras hacíamos la fila empezamos a hablar con Cindy y Carlos, los colombianos con los que Henry había entrado en contacto en el mercado de Santa Marta. Ellos me recordaron muchísimo a los andinos venezolanos. Son personas que se ríen mucho, son muy respetuosos y hablan con un acento bastante similar.

La señora que antes se había acercado a decirnos que el parque estaba lleno llegó de nuevo. Nos estaba ofreciendo ir a un lugar que ella conocía gracias a un señor que tiene una hacienda y sabe el camino a una playa paradisíaca. Ella sonaba un poco como “venga que nosotros vamos también, ese es un señor muy amigo mío, no nos va a cobrar nada e iremos a una playa donde llega un río, es muy bacano”. Nosotros ya nos estábamos animando, estuvimos pendiente siempre de la señora para que no se nos fuera. Ya Cindy y Carlos también querían ir. Ellos, al igual que nosotros, anhelaban ir a la playa, lanzarse en el agua y disfrutar del sol. Lo que nos tocaría por ahora sería caminar bastante.

Logramos comprar las entradas al parque y la señora que nos había hablado de la playa y su buen amigo, se había ido. Su esposo le insistió en que debían volver a Santa Marta y eso hizo. Lo que me alegró fue saber que nos había dejado el nombre de la playa y nos había comentado que se encontraba a un kilómetro de la entrada al Tayrona, donde estábamos. Lo que no sabíamos era que la playa a la que nos dirigíamos era privada. ¡Privadaaaa!

La entrada al Parque Tayrona
Caminamos varios minutos con las mochilas en los hombros, cruzamos un puente amarillo sobre un río hermosísimo que muestra a contundencia de la selva del parque, piedras inmensas y el calor sofocante que caracteriza a estos parajes tan tropicales.

Seguimos caminando y los carros que iban vía Riohacha pasaban volando. Nos estábamos cansando muy rápido. Entre el calor y las mochilas pesadas queríamos y rogábamos por conseguir una cola. Empezamos a hacer dedo, nuestro sueño de ser autoestopistas en Colombia se estaba dando. Pasaron cinco minutos y como tres autos. A lo lejos venía un camión, de esos que atrás tienen bastante espacio. Cuando se acercaba comenzó a frenar y los cuatro, Henry y yo ahora acompañados por Cindy y Carlos, gritamos de la emoción y nos subimos rapidísimo. Ellos dos en la parte de adelante con el señor que llevaba un sombrero campesino y Henry y yo en la parte de atrás del camión. Henry se sentó de inmediato mientras yo percibía un olor un poco desagradable. Estábamos en un camión que transportaba gallinas, había heces por todos lados camuflada por pasto. Henry ya no podía hacer nada, estaba cansado y casi acostado en el camión que iba rapidísimo. No le importó mucho.

Nuestro camino
Pasaron como cinco minutos y el camión comenzó a detenerse, nos bajamos y no teníamos idea de donde estábamos. A lo lejos vemos dos personas, un hombre y una mujer, ambos con mochilas. Empezamos a conversar con ellos en medio de una curva casi al centro de uno de los carriles. Recuerdo que si no hubiese sido por mi advertencia de que podíamos morir, un autobús que pasó a toda velocidad nos hubiese arrollado y yo no les estuviera echando el cuento. Los dos viajeros eran austríacos pero hablaban perfectamente el inglés, nos dijeron que venían de la playa Los Naranjos, de la que nos había hablado la señora en la fila para los tickets. Nos comentaron que era una playa privada, ya estaba siendo confirmado. Dos hoteles eran en parte “dueños” una playa colombiana. Esto me causaba impresión porque en Venezuela no he tenido que estar en ninguna playa pidiendo permiso a algún ente privado. En Venezuela los venezolanos somos dueños, entre todos, de nuestro territorio, las playas, los parques nacionales y las reservas naturales son de uso público.

Llegamos a la entrada, un camino de tierra donde a lo lejos se veía un señor regando un mango. ¡Sí! Estaba regando la tierra con una manguera y en la tierra había un mango. Fue algo muy bizarro. Le preguntamos al señor como podíamos hacer para llegar a la playa y nos dijo “Wiwa”.

Wiwa, como nos enteramos luego, es una posada que queda a diez minutos del hotel, pegada a la carretera. Recargamos nuestras aguas con la que usaba el señor para regar el mango y seguimos.

Nuestra palabra mágica: Wiwa

Ya en la puerta del hotel Barlovento, se encontraba un vigilante, nos venía venir mientras avanzábamos para llegar finalmente al lugar de entrada, acortejado con señales de peligro por la presencia de caimanes a orillas del río que desemboca al lado del hotel, en los límites con el Tayrona. Fue una especie de doble susto: saber que intentaríamos acampar en propiedad privada y el  de saber que lo haríamos en una playa minada de caimanes.

El señor vigilante apenas pudo hablarnos dijo “acá no se puede acampar, está prohibido”. Yo sin esperar un segundo dije “señor venimos de Wiwa, traemos las mochilas porque estamos esperando que otros huéspedes desocupen el hotel”. Él abrió la puerta que tenía los carteles que advertían del peligro de los caimanes y nos dejó pasar.

Empezamos a caminar y la frondosidad de esa costa caribeña se dejó ver ante nuestros ojos. Un camino acortejado por cocoteros y árboles inmensos, un calor sofocante y cuatro latinos felices, dos venezolanos y dos colombianos a punto de llegar y ver el mar, ese mar que despierta sensibilidades, que se muestra hermoso, azul, a veces sereno y a veces bravísimo e impetuoso. Sí, estábamos a punto de impactarnos. Al atravesar el camino de tierra lleno de cocoteros y pasar algunos “ecohabs” (habitaciones ecológicas costosísimas) llegamos y vimos el mar Caribe, un azul insólito, su olor a sal y humedad característico y las piedras inmensas que caracterizan a este pedacito de costa ubicado en Colombia.

Fue colirio para nuestros ojos
Nos adueñamos de un banquito al que le seguían unas escaleras directo al mar. Fue nuestro hogar hasta que cayó la tarde. Subimos a las piedras, a nuestros miradores naturales a ver el paisaje, a sonreír y tomar fotos para recordar al paraíso al que habíamos al fin llegado.

Un pedacito de cielo


Luego, más tarde nos bañamos, hablamos y reímos con las locuras de Cindy, ella, muy simpática hacía que cada cosa que dijera nos generara risa que solo calmaba cuando dejábamos de respirar por largo rato. Caminamos la playa hacia el otro extremo, donde desemboca el río y hay aun más carteles que indican la existencia de caimanes en él. La playa es impresionante, recuerdo que sentí un momento de paz que no había sentido durante todo el viaje, ver las olas venir y devolverse, la bruma tocar el aire y las palmeras ir y venir a medida que el viento cambiaba de dirección. Fue un momento de inspiración, de tranquilidad, de armonía con lo que me rodeaba. Giraba en torno a sueños, me ubiqué en mi mapa mental. Estaba donde quería estar porque me lo había propuesto y fue en ese minuto que ya es historia que entendí la frase “el momento es ahora”, mi sueño, mi momento, era en ese instante, lo estaba cumpliendo. Fue mágico.

El paraíso
Los caimanes acechan 


Comimos parchitas o como dicen en el resto de Latinoamérica, maracuyá. Les colocamos leche condensada mientras veíamos el mar. Era el manjar, la gloria mejor dicho. Entre risas y tranquilidad se fue pasando el día y a medida que llegaba la noche nos tocó elegir el lugar donde acamparíamos en la playa privada. Yo sentía un poco de nervios porque me imaginaba que a media noche iba a llegar un guardia de seguridad y presentarnos a la policía por invasión a la propiedad de una playa que debería ser para uso público.

Se hizo de noche y nos fuimos a una especie de cueva que hacían las rocas detrás de la playa. Esa cueva no era tan cerrada. Existía visibilidad desde uno de los ecohabs hacia donde estábamos nosotros. Unos perros grises jugaron con nosotros durante el día. Llegamos a suponer que eran del complejo hotelero. Ellos se quedaron con nosotros, uno de ellos hasta usó mi toalla como cama y durmió un ratico.

Carlos y Cindy habían llevado su carpa para armarla y dormir dentro, según Carlos era una carpa que un amigo le había prestado. Al sacarla e intentar armarla se dio cuenta que estaban todas las varas rotas. No había opción, les tocaría dormir a la intemperie. Henry y yo decidimos sacar la nuestra y dejar que Cindy la usara pero algo nos distrajo e impidió que hiciéramos eso. Un concierto de puntos blancos adornaba el cielo. Eran millones de estrellas, entre ellas cientos de estrellas fugases y satélites a toda velocidad, llegamos a ver hasta la vía láctea y distinguimos varias constelaciones. En ese momento sacamos los sleepings y nos colocamos cómodos a ver ese espectáculo que todos deberíamos ver antes de morir.

Mientras veíamos el cielo una luz blanca alumbró el lugar donde nos encontrábamos los cuatro acostados con todas nuestras pertenencias. No era ningún alienígena, tampoco algún meteorito proveniente del espacio, era una luz de linterna muy potente que venía de los ecohabs o mejor dicho, de los hoteles que personas con mucho dinero pagan para vivir la fantasía tropical de sus sueños. La luz se paseaba sobre nosotros mientras Henry salió corriendo para esconderse en una piedra gritando “¡Corraaaan!” “¡Escóndanse!”. Lo único que pudimos hacer los tres que quedamos acostados fue reírnos por muchísimo tiempo. No podíamos creer que Henry de verdad había tenido la valentía de correr sabiendo que podían pensar que éramos cualquier cosa excepto viajeros en una playa varados porque no pudieron entrar al parque nacional ese día.

Reímos mientras por alguna extraña razón yo me sentía fugitivo de alguna cárcel y esperaba los tiros que nos daría la guardia del hotel. Fueron momentos tensos, entre mucha risa, fueron tensos. Nos alumbraban a la cara mientras nos hacíamos los dormidos. Volvía a recapacitar y digería lo que pasaba: ¡Estaba en una playa privada! Ya teníamos la categoría de invasores.

Mientras nos hacíamos los dormidos y esperábamos que bajaran nos quedamos dormidos. Fue al día siguiente mientras amanecía que nos dimos cuenta que fueron nuestros compañeros, ambos perros, que nos protegieron. Mi conclusión fue que los guardias llegaron a pensar que éramos huéspedes disfrutando de una noche playera en el Caribe. Fue así como vimos uno de los amaneceres más impresionantes del viaje. El cielo se coloreaba de anaranjado mientras recogíamos para empezar nuestra aventura hacia el Tayrona no sin antes pensar en lo que tendríamos que pasar para salir del lugar donde nos encontrábamos.

Amanece en la playa privada

A recoger ¡Nos vamos!
Es así como empieza una aventura, sin planificación, con buenas compañías y personas buena vibra como nuestros dos compañeros de viaje, Cindy y Carlos, a quienes hoy apreciamos muchísimo.



Y los mejores recuerdos quedan por la satisfacción de ser felices ahora, con lo que te rodea en este preciso momento, junto a los que están a tu lado.












2 comentarios:

cindy dominic dijo...

wiwa una palabra inolvidable,la palabra para entrar al paraiso y sin exagerar era lo que pensaba al ver el mar,en ese paisaje tan inolvidable,un lugar magico,mori de risa todooo el tiempo durante la noche desperte pensando que llegarian caimanes y mori de risa al verlos a los tres Carlos,Gustavo y Henry dormir sin complicacion alguna, jamas creo borrare de mi mente a henry huir!!! “Lo mejor de los viaje es lo de antes y lo de después” los apreciamos demasiado fue lo mejor encontarlos en el camino compartir y reir demasiado un abrazo y siempre la mejor energia desde Colombia!!

Anónimo dijo...

Te esperan puras cosas buenas, sigue así!!!